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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Ocurría con frecuencia el caso de tropezar con una herradura en la carretera del Sur, y ¡cuántas veces, junto a las fábricas, podían recogerse pedazos de lingote, clavos y otras menudencias que, reunidas, se vendían en el Rastro!
No tenia ya tabaco que darles, que es lo que mas aprecian, y se contentaron con sal, bizcocho, charque y unos clavos que traia. Encontramos por la parte del S tres rancherias de Chunupíes, despobladas: paramos en la última á hacer mediodia; y estando comiendo, pasó una india Sinipé á caballo, cerca de nosotros: llaméla y vino á donde nosotros estábamos.
Y así aquel día, añadiendo la ración del trabajo de mis manos, o de mis uñas, por mejor decir, acabamos de comer, aunque yo nunca empezaba. Y luego me vino otro sobresalto, que fue verle andar solícito, quitando clavos de las paredes y buscando tablillas, con las cuales clavó y cerró todos los agujeros de la vieja arca.
Veo todavía aquel teatro célebre de cuentos y juegos inolvidables; los seis antiguos grabados ingleses de sus paredes, colgados con poco esmero; seis escenas de los romances de Waverley, amarillentos y mareados entre sus maltratados marcos, casi siempre torcidos, pendientes de sus clavos desiguales.
Baltasar la aupó, colocándola sobre los lomos de un asnillo, que aún tenía puestas jamugas de dorados clavos. Y tomando la vara de manos del alquilador, comenzó a arrear... «¡Arre, burro!, ¡arre!, ¡arre!, ¡arre!, ¡arre!».
Alzase enfurecido Otames, saca la espada; da Zadig un salto del caballo el alfange desnudo. Ambos empiezan en la arena nueva y mas peligrosa batalla; ora triunfa la agilidad, ora la fuerza. Vuelan al viento heridos de menudeados golpes el plumage de sus yelmos, los clavos de sus braceletes, la malla de sus armas.
Aun así, se nos escapa, y hablamos de él muchas veces como de una expresión falta de sentido. ¿Cómo haceros entender la inmensidad del mundo...? No creeréis, como creían nuestros abuelos, que la Tierra está inmóvil y es plana, y que el cielo es una cúpula de cristal donde Dios hincó las estrellas como clavos de oro y pasea el sol y la luna para iluminarnos.
Bajo la tutela de D. Paco, en quien tiene confianza sin límites la señora, dejolas esta salir, después de vestirlas a lo monjil en tales modos, que parece van pidiendo para la <i>Archicofradía de los Clavos y Sagradas Espinas de Hermanas Siervitas con voto de pobreza</i>.
Llegaron por fin a la calle de Zurita y se metieron en una herrería, grande, negra, el piso cubierto de carbón, toda llena de humo y de ruido. El dueño del establecimiento avanzó a recibir a la señora, con su mandil de cuero ennegrecido, la cara sudorosa y tiznada, y quitándose la porra, le dio sus excusas por no haber entregado los clavos bellotes.
«Lo que sí espero de la rectitud de usted dijo Carolina, disimulando la desconfianza con la cortesía , es que por ningún caso introduzca en la obra cabello que no sea nuestro. Todo se ha de hacer con pelo de la familia». Señora, ¡por los clavos de Cristo!... ¿Me cree usted capaz de adulterar...? ¡Carolina!... Salió de la casa el buen amigo, febril y tembliqueante.
Palabra del Dia
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