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Es que ella sabía que los muertos se levantan como ánimas en pena cuando no tienen una cruz sobre su tumba, y temía a las ánimas en pena casi tanto como al Chucro... Extrañando que se retardara tanto afuera, el Chucro salió del rancho a buscarla... La halló de rodillas colocando su cruz al comisario. ¡Era la primera vez que Pepa le desobedecía!

El Chucro preguntó entonces a la Pepa: ¿Está ya el asado? La Pepa repuso: Todavía no. Dentro de un momento estará... Al oír esta respuesta, el Chucro intimó a Peñálvez: Apúrate, así te entierro antes de que esté el asado. Y Peñálvez se apuró... El Chucro le añadió en seguida, riéndose sonoramente por primera vez: Como sos flaco, basta una zanja larga...

En ese momento Pepa alcanzaba un nuevo mate al Chucro, que le decía, en su tiránica forma acostumbrada: Con la carne que sobró de ayer haceme un churrasco al asador. Otra vez obedeció servilmente la Pepa. Puso el churrasco en el asador y se quedó contemplando a su amo y señor en una actitud que rayaba en frenética adoración...

Entonces imaginó Peñálvez la odiosa vida de servidumbre a que lo sometería quizás el Chucro en aquel desierto lugar de salvajes y bandoleros. Su esclavitud sería aún más dolorosa y miserable que la de la mujer aquella, que tan resignada parecía de su suerte, ¡y hasta satisfecha!

El Chucro silbó, imitando a la perfección el estridente grito de una ave acuática. Al oírlo, la Pepa tiró su anzuelo y corrió a su encuentro como un perro. Peñálvez se sorprendió extraordinariamente de su actitud de esclava. Pues antes, en la vida civilizada de la estancia de don Lucas, había sido la gallega más gruñona y colérica.

De todos los robos del Chucro ninguno consternó más que el de Pepa la Gallega. Su marido y sus hijos ayudados por los gendarmes, buscáronla sin descanso, hasta en las islas más próximas a la costa. No se la halló ni viva ni muerta, y diósela por muerta.

¿Qué estás mirando, gallega bruta? preguntole de pronto el Chucro, con colérica voz ¿Por qué no ponés salmuera al asado? Se me olvidaba... repuso ella. Voy a ponerle. Sin manifestar su atención, Peñálvez seguía mientras tanto cavando la fosa del comisario... «¡Pobre comisario! decíase.

El Chucro me va a matar, Pepa, y si eres buena debes ayudarme... Nos escaparemos los dos en su canoa... Yo remar bien... Pepa seguía en su misma actitud...

Para ellos, el Chucro, si existiese, era un hombre mortal, de carne y hueso, y no el espeluznante fantasma que se figurara la imaginación gauchesca. Especialmente encargado por el jefe de policía de la provincia, el comisario Rodríguez fue a revisar prolijamente las islas donde debía habitar el ogro. Acompañábalo un corto piquete de cuatro o cinco hombres.

Y vio que la Pepa estaba cortando dos palos. ¿Qué estás haciendo? le preguntó. Después de vacilar un momento, ella contestó, trémula de miedo: Una cruz para los muertos. ¡Dejáte de cruces, gallega, y sacá pronto las ropas del mocito que está en la zanja todavía vestido! La Pepa despojó también el cadáver de Peñálvez, y después, creyendo ya dormido al Chucro, fue a terminar su cruz.