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Actualizado: 26 de junio de 2025
Oigan ustedes, chicas, Judit no tiene ningún pretendiente. ¡Ya lo creo! como que su tía se opone a ello. ¡Me gusta! ¡Pues si yo tuviera una tía como esa!... Querida, haces mal en censurar a una mujer que tiene miras formales y útiles, como a nosotras nos hubiera convenido, y que, para apartar a su sobrina del peligro de las pasiones, le busca un protector.
A las seis paramos en unas lagunas chicas accidentales; anduvimos tres leguas por el rumbo del S cuarto SE. El terreno y pastos son como los anteriores. Dia 1.º de Noviembre. A las tres de la mañana seguimos la marcha hasta las once para observar, y hallamos la latitud de 34 grados 9 minutos.
¡Socorro, caballero! gritan á un tiempo Soledad y su compañera asidas por aquellos bárbaros. ¿Qué es eso? preguntó el jinete. ¡Á ver si dejáis ahora mismo á esas chicas! Siga usted su camino, señorito, y no se meta donde no le llaman... ¡No sea que se le apee del jaco por las orejas! dijo uno de ellos. ¿Á mí, granuja? exclamó el caballero apeándose de un salto.
El quid estaba en colocar bien las siete chicas, pues mientras esta tremenda campaña matrimoñesca no fuera coronada por un éxito brillante, en la casa no podía haber grandes ahorros. Isabel Cordero era, veinte años ha, una mujer desmejorada, pálida, deforme de talle, como esas personas que parece se están desbaratando y que no tienen las partes del cuerpo en su verdadero sitio.
Pero, ¿qué culpa tenían Susana y él si hubo o dejó de haber en la malhadada testamentaría del abuelo? ¡Renunciar a Susana! nunca, aunque en ello se empeñaran el cielo y la tierra juntos. Se amaban hacía tiempo, de lejos, porque las chicas no iban a bailes y no había medio de hablarse, y se decían muchas cosas con los ojos cuando se veían, que las cartitas traducían luego en períodos almibarados.
Las deudas y los pergaminos eran cosas de su papá, pero los figurines, de ellas; no había chicas más elegantes en el pueblo; eran tres, y cuando paseaban juntas, en posturas académicas, constante grupo escultórico, recordaban las estampas grandes de los periódicos de modas.
Esto es un error de juicio, que consiste en atribuir a la extensión de la trifulca o pelotera internacional móviles más irreductibles a concordia que aquellos que determinan las disidencias y ciscos conyugales. Las guerras no son más duraderas porque sean más grandes. Hay guerras chicas que no se acaban nunca.
Las chicas no eran malas, pero eran jovenzuelas, y ni Cristo Padre podía evitar los atisbos por el único balcón de la casa o por la ventanucha que daba al callejón de San Cristóbal. Empezaban a entrar en la casa cartitas, y a desarrollarse esas intrigüelas inocentes que son juegos de amor, ya que no el amor mismo.
Su madre le adoró, como si estuviera engendrado mediante sacramento; pero las gentes del lugar, cuando niño, le miraron con lástima, cuando adolescente le mofaron y de mozo le escarnecieron. Cada vez que pasaba por la aldea una cuerda de presos, le decían las chicas: Juan, ¿será tu padre alguno de esos?
Y la devota señora, cuando Rafael por fiestas o vacaciones volvía a casa, cada vez más alto, con modales que a ella se le antojaban la quinta esencia de la distinción y vistiendo con arreglo al último figurín, se decía con una satisfacción de madre fea: Será un real mozo. Todas las chicas ricas de la ciudad le desearán. No habrá más que escoger.
Palabra del Dia
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