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Actualizado: 22 de julio de 2025
La duquesa pasaba á la otra habitación, que estaba completamente á obscuras, para evitar cualquier curiosidad reprensible; la duquesa cerraba por una parte y otra dos puertas, y sólo cuando era imposible que nadie la viese, abría las ventanas que estaban cubiertas por cortinas. El paso de una á otra habitación se hacía siempre así. Era imposible que nadie comprendiese su estado.
Al otro lado del rocín, ayudando cuando el vehículo se detenía en un mal paso, iba un muchacho de unos once años. Su exterior grave delataba al niño que, acostumbrado á luchar con la miseria, es un hombre á la edad en que otros juegan. Un perrillo sucio y jadeante cerraba la marcha.
Cuentan Jacinta y su criada que al verse dentro de la reducida, inmunda y desamparada celda, y al observar que el llamado Platón cerraba la puerta, les entró un miedo tan grande que a entrambas se les ocurrió salir a la ventanilla a pedir socorro.
En esto se presenta D. Primitivo, y entonces el señor conde se bajó del carruaje y le dió un abrazo muy apretado y empezó á hablar con él que no cerraba boca. Después llega D. Juan Crisóstomo, y un poco más tarde el juez. Me dijo la señora Rafaela que el señor conde estuvo mucho menos cariñoso con el juez que con D. Primitivo.
Y con esta exclamación cerraba y justificaba todo su pasado. Ella miraba a Fernando como algo propio que le pertenecía para siempre. Más de una vez había protestado en los hoteles de la facilidad con que daban alojamiento a ciertas aventureras, con grave peligro de la paz matrimonial.
A lo mejor, al presentarse en su casa, uno de aquellos criados que parecían grandes señores venidos a menos le cerraba el paso fríamente: «La señora no está. La señora ha salido.» Y él adivinaba que era mentira, presintiendo a doña Sol a corta distancia de él, al otro lado de puertas y cortinajes.
Pero Melchor se reía de las teorías brutales de su suegro. ¿No marchaban bien sus negocios? ¿No cerraba con regulares ganancias el inventario del año? Pues entonces nada debía negar a su mujer, de la que cada vez se sentía más enamorado, sin duda porque ella correspondía a sus caricias con una frialdad complaciente.
Yo estaba sentada junto a la mesa, con los ojos fijos en ella, pues en mí se agitaba el temor de ver a cada instante surgir una nueva aparición, aún más horrible. De rato en rato, cuando se calmaba un poco; sentía un aflojamiento en mis miembros; cerraba entonces los ojos y me dejaba ir hacia atrás, y cada vez me imaginaba que caía en los brazos de Roberto.
A cada carta que cerraba Artegui, decíase: Ya le he visto; vámonos. Y se quedaba. Por fin Artegui se levantó, e hizo una cosa rara; llegose al retrato colgado sobre el diván, y lo besó. Miró Lucía afanosamente a aquel lugar, y viendo un rostro de dama, pero parecido al de Artegui, murmuró: Su madre.
Y volviéndose al lado opuesto, añadió, mientras apuntaba hacia otra que cerraba la plazoleta por allí: Y ésta es la del méicu. La casa del Tarumbo arrimaba por un costado al muro ruinoso, y allá se andaba con él en achaques y quebrantos y con los atalajes de su dueño.
Palabra del Dia
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