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Actualizado: 3 de mayo de 2025
El calavera había acabado por asombrar con su nueva conducta al poderoso primo... ¡Ni mujeres ni escándalos! La Marquesita ya no se acordaba de él: ofendida por sus desvíos, había vuelto a unirse con el tratante de cerdos, «el único hombre que sabía hacerla marchar».
En Navidad y en Pascua de Resurrección recibía una pareja de corderos acompañados de una docena de aves de corral; en el otoño dos cerdos bien cebados para la matanza, y todos los meses huevos y una cantidad de harina, a más de los frutos de la estación.
Parodiando en mi pensamiento una sentencia evangélica, me decía yo que para cebar a los cerdos bastan afrecho y bellotas, y que es lástima arrojar perlas en la pocilga. Con todo, otro sentir menos soberbio y de purificante delicadeza agitó por entonces mi pecho.
A poco de estallar la guerra, unos hombres extraños vinieron por aquí y soliviantaron a los cerdos, a las gallinas y a otros muchos animales domésticos. ¿Cuánto os dan aquí por una docena de huevos? parece que les preguntaron a las gallinas. Y los jamones dijeron, dirigiéndose a los cerdos , ¿a cómo los vendéis? El cerdo, animal muy tradicionalista, dio un gruñido y no hizo caso.
Más serios y a su negocio, hozaban algunos cerdos en el estiércol, que escarbaban y picoteaban gallos y gallinas, mientras dos perros dormitaban, acosados por miles de mosquitos.
Prolongaría uno de sus largos paseos, llegando hasta aquella choza donde le esperaban como un consuelo. Fermín habló de los recientes amoríos de Luis con la Marquesita. Al fin, la amistad les había conducido a un término, que los dos parecían querer evitar. Ella ya no estaba con el tosco ganadero de cerdos.
Cerdos y ranas se acoplaban en monstruosos ayuntamientos; los monos, con gesto innoble, se retorcían en lúbricos espasmos, y pajecillos entrelazados en posición contraria hundían la cabeza en la cruz de las calzas del compañero.
Miradla; parecía una reina. ¡Quién podría figurarse, al verla con aquellos trajes, que la había tenido en su barraca, y en las tardes de sol jugaba en la cuadra con Nelet y otros chicos, entre el macho, el novillo y los dos cerdos! Aún se acordaban todos de ella y eran muchos los que le preguntaban por su salud. No; de aquel año no pasaba.
En ciudades como Santiago había quien se llevaba los cerdos a un segundo piso y salía luego a pasearse con ellos entre los canónigos, los tenientes de la guarnición y los estudiantes de latín. Una señorita inglesa que estuvo hace algunos años en la ciudad del Apóstol la autora de Galicia.
Tenía casas y viñas, vacas y ovejas, caballos y cerdos. Las casas eran grandes y nuevas. Las viñas tenían muchas uvas. Las vacas, las ovejas y los cerdos estaban muy gordos. Los caballos eran los más hermosos de Extremadura. 5 El hombre tenía todavía más. Tenía una buena mujer y buenos hijos. Tenía todo lo que podía desear; pero el hombre no estaba satisfecho.
Palabra del Dia
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