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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Y como había leído muchas veces la Odisea, y recordaba sus episodios y los nombres de sus personajes, pensó Bonis: «Los cerdos y los perros que encontró Ulises al volver a Ítaca, en la mansión de Eumaios, allí estaban; pero Eumaios, el que guardaba los cerdos de Ulises, no estaba; no le había.
El señor de Rochefort manifestó como de costumbre el desprecio que le inspiraban los que él llamaba guardadores de cerdos y soeces villanos; defendió el bondadoso capellán á las pobres gentes del pueblo; comentóse la osadía creciente de los pecheros y su menguante respeto por los privilegios de la nobleza y en amena plática pasaron agradablemente las horas.
Son buenas para los cerdos. Ahíto y mareado, Julián no tenía fuerzas sino para rechazar con la mano las fuentes que no cesaban de circular pasándoselas los convidados unos a otros: a bien que ya le observaban menos, pues la conversación se calentaba.
La caza y las marchas largas fortalecerían su pierna quebrantada. Además, montaría a caballo para vigilar los trabajos, visitaría los ganados de cabras, las piaras de cerdos, la vacada y las jacas que pastaban en los prados. La administración del cortijo no marchaba bien. Todo le costaba más que a los otros propietarios, y los productos resultaban menores.
Todavía hay en Santiago quien recuerda a Montero Ríos guiando por las calles un rebaño de cerdos. Más tarde guió electores. Luego, diputados... Sí. Los cerdos llevaban aquí una vida completamente patriarcal. Cuando les llegaba su San Martín, berreaban horriblemente y estiraban una pata, que era un jamón. Morían dolorosamente, pero sin remordimientos de conciencia.
Indudablemente, detrás de los mallorquines nobles y plebeyos venían en orden de consideración los cerdos, los perros, los asnos, los gatos, las ratas... y a la cola de todas estas bestias del Señor, el odiado vecino de «la calle», el chueta, paria de la isla. Nada importaba que fuese rico, como el hermano del capitán Valls, o inteligente, como otros.
Bueno, quizá eso baste, porque es una niña, porque es más fácil persuadir a las niñas que se queden quietas que a los varones. Yo sé cómo son éstos; he tenido cuatro sí, cuatro, sábelo Dios , y si se los ocurriera atarlos se agitarían y gritarían como los cerdos cuando se les pone un anillo en el hocico.
Diez y ocho meses bien cumplidos estuvo en la Alcarria; y refería después la nodriza que, en las pocas veces que en ese tiempo fue el señor marqués a ver a su hija, se le caía la baba de gusto al contemplarla rodando por los suelos, medio desnuda, entre cerdos y rocines, tan valiente y risotona, y tan sucia y curtida de pellejo, como si fuera aquél su elemento natural y propio.
Pronto se hizo menos espesa la arboleda y por fin se presentó ante su vista una gran pradera en la que pastaban hermosas vacas; más allá se divisaban numerosas piaras de cerdos y por el centro del llano corría un ancho arroyo. Rústico puente conducía á un camino que llevaba en derechura hasta la puerta de un vasto edificio de madera que Roger contempló con emoción profunda.
Para demostrarlo, presentaré aquí los números comparativos de varias plantas, entre los años de 1828 y 1831. Los ganados pertenecientes al Estado se componian, en 1830, de tres mil trescientas noventa y cuatro vacas, cincuenta y cinco caballos, cuatro mulas, sesenta ovejas y veintinueve cerdos.
Palabra del Dia
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