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Actualizado: 1 de octubre de 2025
Después la Condesa, más que esposa, vino a ser esclava. Un grito, una palabra dura, un gesto amenazador de su marido bastaban a aterrarla. El Conde, a más de ser celoso, era avaro, y la Condesa no podía disponer de un real sin dar estrecha cuenta de todo, justificando la inversión hasta de la más pequeña suma.
Yo no hice ninguna alusión á sus extrañas relaciones con Lea, pero, cosa asombrosa, me sentí más celoso de ella que lo había estado de mi querida y me propuse estorbar sus encuentros, nuevo Bartolo de aquellas singulares Rosinas.
Así se comprende, en mi sentir, el amor y celoso cuidado con que doña Inés miraba a Juanita, que era ya para ella lo más ideal de cuanto podía concebir en lo humano.
LINE. Espera un minuto, ¡qué diablo...! ¡Cada cosa en su tiempo...! ¿No me preguntas por qué estoy este día en tu casa...? LIONEL. ¡No...! Lo importante es que estés en ella...! ¡Haz el favor de beber...! LINE. Primero tengo que contarte... ¡Figúrate que mi marido está celoso...! LIONEL. ¡Me da lo mismo...! ¡Lo mataré...! LINE. ¡No lo matarás...! No está celoso de ti.
Si el duque no hubiera llevado allí, según su sentido político, un alto objeto, hubiera roto por todo y hubiera pedido á doña Ana luz. Pero aquella mujer le parecía muy importante, y necesario y conveniente de todo punto seguir representando á obscuras un papel de rey enamorado y celoso de su dignidad. El duque de Lerma incurría en su millonésima equivocación.
El conde iba montando en cólera y toda una antigua levadura de celos retrospectivos fermentaba de repente en el fondo de su ser estragado. Raúl trataba de reírse. ¡Celoso yo!... ¡Y de una cincuentona!... Vamos allá, querido, tu reloj retrasa... No, pero no quería ser engañado, y si sus sospechas eran fundadas, entonces... Entonces, ¿qué? ¿Qué le importaba a él?
Bien pronto las atrevidas palabras del Conde la hicieron conocer con quién se las había ... la luna, hasta entonces prudentemente encubierta con una nube espesísima, hizo brillar un instante el acero del celoso cantor delante del pecho de mi amo; poco duró el combate; la espada del Conde cayó a los pies de su rival, y un momento después ya no había un alma en todo el jardín.
Acercándose, con celoso respeto, púsose a rasurar a la hermosa morisca, según el uso de Oriente. En ese instante, por encima de sus sentidos ávidos, Ramiro escuchó en su conciencia un grito de indignación ante aquella práctica lasciva de los baños y aquel culto libidinoso de la propia carne.
Aquí tenemos un ejemplo muy interesante de la manera ingeniosa, con que los poetas españoles se apropiaban pensamientos ajenos, les daban nueva forma y los aplicaban con fines distintos. Visiblemente se nota en esta obra una reminiscencia de El villano en su rincón, de Lope. Además, García recuerda también á El celoso prudente, de Tirso, y á El comendador de Ocaña, del mismo Lope.
Don Diego y Gastón de Vitré se asemejaban en su dolor. Se hubiera dicho que eran dos hermanos de la moribunda. El uno y el otro vivían apartados de los demás y se pasaban el día sentados bajo un árbol o sobre la arena, sumidos en un estupor mudo y sin lágrimas. Si el conde hubiese tenido lugar de ser celoso, lo habría estado de la desesperación del joven.
Palabra del Dia
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