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Actualizado: 3 de julio de 2025


Pero, por merced, si un caballero cegato como vos se quita voluntariamente la mitad de la poca vista que le queda, no váis á distinguir un arquero inglés de un capitán español. Paréceme que no habéis andado muy cuerdo en la elección de vuestro voto.

Antes de que los perros anunciasen su proximidad, oía ella el trotar del caballo. ¡Pero, cegato! gritaba a su marido. ¿No oyes que viene Rafaé? Anda a sostenerle el cabayo, mardecío.

La gitana escuchaba sonriendo, sin dejar de engullir ávidamente los garbanzos, pero al mentar Zarandilla su fealdad cesó de comer. Caya, cegato, mala sombra. Premita Dió que te veas toa la vida bajo tierra, como tus hermanos los topos... Si ajora soy fea, tiempos hubo en que me besaban los zapatos los marqueses. Bien lo sabes , arrastrao...

Bueno, bueno. Déjese de eso ya: a lo hecho, pecho. Esto de matrimonios, sólo lo ata y lo desata el de arriba. ¿Y quién sabe si saldrá muy bien, a pesar de todos mis agüeros y mis necedades? Porque ¿quién soy yo sino un cegato, un miope? ¡Bah! Esto es como lo que pasa con el microscopio. Mira usted una gota de agua a simple vista ¡y parece tan clara!, vamos, que dan ganas de bebérsela.

Continuó el besamanos y me saludaron también todos los miembros del cuerpo diplomático extranjero, entre ellos lord Tofán, el Embajador inglés, en cuyos salones de la Plaza Grosvenor de Londres, había bailado yo una docena de veces. A Dios gracias, el buen señor era medio cegato y no se dio por entendido.

Zarandilla entró en la sala apresuradamente, como si quisiera hablar al aperador, pero se detuvo. Afuera, junto a la puerta, sonaba la voz del señorito con tono irritado. ¡Estando él allí no había más aperador, ni más gobierno del cortijo, que su persona!... ¡A obedecer, cegato!... Y el viejo volvió a salir con tanto apresuramiento como había entrado, sin decir una palabra al aperador.

Ahora, otros hombres de mar disfrutaban de tal honor, y él, viejo y cegato, aguardaba entre el público de la procesión para lanzarse sobre la enorme reliquia, pasando sus ropas por la madera. Todo cuanto llevaba encima estaba santificado por dicho contacto.

Nada: que se quedaba con él; así le gustaban los hombres. Te colocaré en mi cortijo de Matanzuela dijo acariciando con amistosas palmadas a Rafael, como si fuese un nuevo discípulo. El aperador que tengo es un viejo medio cegato, del que se ríen los gañanes. Y ya sabemos lo que son los trabajadores: ¡mala gente! Con ellos, el pan en una mano, y el garrote en la otra.

Palabra del Dia

godella

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