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Actualizado: 8 de octubre de 2025
Salían de las calles inmediatas al Estrecho y a Punta Brava, de todos los lados de los Cuatro Caminos, de las casuchas de vecindad con sus corredores lóbregos y sus puertas numeradas, míseros avisperos de la pobreza. Ya no llegaban más carros del campo con su tosca solidez semejante a la de la vida robusta y sana.
Aresti salió de su ensimismamiento al ver que entraba en la calle única de Labarga, dos filas de míseras casuchas puestas sobre los peñascos que bordeaban el camino. Los edificios de Gallarta parecían palacios, comparados con las chozas de este barrio de mineros. Eran barracas, conocidas en el país con el nombre de chabolas, con tabiques de madera delgada y techumbre de planchas corroídas.
Algunos desgraciados se dedicaban a recoger los últimos restos de sus casuchas para llevarlos a la ciudad. No se veía en el horizonte mas que la cintura de las murallas, que trazaba una línea obscura por encima de los caminos cubiertos. Aquello fue un rayo que cayó sobre la cabeza de Juan Claudio; durante algunos minutos no pudo articular una palabra ni dar un paso.
Esta casa grande y parda y las casuchas más pardas aún que yacían á su alrededor, semejaban de lejos á una gallina pastando con sus hijuelos en el campo. Alzábase el pueblo de la Segada en el fondo del valle y ocupaba el ángulo formado por un riachuelo que venía de las montañas cercanas á desembocar en el Lora. Distaría del primero unas cien varas, y de éste unas trescientas.
Con frecuencia se destacan al volver un recodo pequeños caseríos miserables, compuestos de chozas negras, deprimidas y desmanteladas, que revelan muy poco bienestar y demasiada incuria. La mayor parte de esas casuchas raquíticas son de adobes ó piedras brutas mal unidas, cubiertas de paja ó de tejas destrozadas, que las lluvias y el viento han agujereado por todas partes.
No: los remiendos y las casuchas abrigan a veces más orgullo que los palacios. El gran portal embovedado, por donde había sido introducido Stein, daba a un gran patio cuadrado. Desde la puerta hasta el fondo del patio, se extendía una calle de enormes cipreses.
Bajo el cielo que tomaba una tersura de esmalte, las miserables casuchas de cinc pintado parecían despertar al nuevo día con una indiferencia triste. Aquella madrugada había helado, y chicos desarrapados, descalzos, se divertían saltando sobre la escarcha y contemplándose luego los pies horriblemente enrojecidos. El pobrerío se iba amontonando frente a la iglesia.
Cuando el sobrino quisiera encontrarle, ya sabía dónde: siempre en su «farmacia». Le tenía ley al Rastro y sus alrededores, y eso que el barrio, con todo su comercio, era igual a aquellas casuchas de Tetuán de donde procedía la familia. Traperos todos: unos de burro y carro, otros con casa abierta, pero viviendo por igual de los desperdicios de la villa.
Agrúpanse desordenadamente al pie del peñasco las humildes casuchas con techo de pizarra ó de cáñamo, del antiguo lugar esclavizado.
Las casuchas cercanas al cerro eran de pobres que vivían en la peor miseria: ladrilleros casi todos, que sólo encontraban trabajo en verano. Los otros meses pasábanlos entre privaciones, pidiendo fiado en la tienda. No tenían otro recurso que merodear en la Casa de Campo, saltando la tapia para coger cardillos, que vendían en Madrid.
Palabra del Dia
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