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Actualizado: 6 de noviembre de 2025


La Regenta le sonreía de lejos, con la expresión dulce y casta de poco antes, y le saludaba tímidamente sin aspavientos con el abanico.... Después no se vio más que el anguloso perfil de Ripamilán, que movía los brazos como las aspas de un molino de muñecas. El otro coche pasó como un relámpago. De Pas vio una mano enguantada que le saludaba desde una ventanilla.

Examinó al enfermo, y nada de particular ni de alarmante halló en él que hiciera temer una noche como la pasada; pero tampoco se atrevió a prometérnosla más tranquila, porque todo cabía en una enfermedad de tan mala casta en un doliente tan aniquilado e indefenso como mi tío.

PUDDING DE CASTA

»Y ¿a dónde íbamos los dos por la florida senda en que acabábamos de encontramos como dos pastores de un idilio algo realista? Ni él me lo había dicho, ni yo se lo había preguntado, ni, en honor de la verdad y de la buena casta de mi ardoroso sentimiento, por no decir amor, se me ocurrió semejante pregunta.

Aurora volvió en exhalando gemidos. «No es nada, tía dijo Samaniego . No se asuste usted... Una leve contusión, y el susto correspondiente... ¿Pero no se calla esa salvaje?... A la prevención, a la prevención...». Dejarla; que se vaya... murmuró Aurora con los ojos cerrados. A la cárcel gritaba ronca doña Casta.

Esta inesperada y maravillosa trasformacion, presenta el espectáculo interesantísimo de una casta que conquista á otra casta, de un fausto que sucede á otro fausto, de una pompa que se pone en lugar de otra pompa. Ese gran bazar es el comerciante, puesto en lugar del cortesano.

Anda a caza del sobrino que se les escapó esta mañana, y todavía no ha aparecido. ¿Sabes lo que me dijo? Te lo cuento para que te rías. Dice que las Samaniegas están trinando contigo, y que la viejona aquella, doña Casta, no parará hasta no verte en el modelo. ¡Qué comedia! Ríete, que eso es envidia.

Sin embargo, no están de más las precauciones como las nuestras, aunque hayan sido tomadas contra las alimañas del monte, sin acordarnos de las vilezas de cierta casta de hombres desconocida en estos honrados valles.

Eso dirá interrumpió la dueña; pero yo recuerdo haber oído afirmar al señor canónigo Miguel de la Higuera, gran sabidor de abolengos, que los señores de San Vicente eran de muy antigua casa, que guerreó mucho con los moros, y vienen de una María de la Cerda, y cuentan con dos condestables de Castilla, y tienen sus armas pintadas en los sitiales de la capilla mayor de San Vicente de esta ciudad. ¿Acaso no va predicando la alteza de la casta el mesmo continente de don Gonzalo? ¿Viose nunca un mancebo más cortés, más bizarro? ¿Cuál otro más diestro en las armas, cuál otro danza y tañe como él?

Aquel era el sujeto del sacrificio, como diría don Cayetano. Ana Ozores depositó un casto beso en la frente del caballero. Y sintió vehementes deseos de verle, de besarle en realidad como al cuadro disolvente. Mala hora, sin duda, era aquella. Pero la casualidad vino a favorecer el anhelo de la casta esposa.

Palabra del Dia

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