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Actualizado: 10 de octubre de 2025


No era aquella casita la casita alegre y risueña que me vió nacer, que albergó mi niñez y que me vió salir de allí bañado en lágrimas. ¡La casa de mis padres era ajena! ¿Quiénes la habitaban? Acaso quien no era capaz de amarla y de estimar sus bellezas.

De esta manera fue como Juan entró de aprendiz en la fábrica de cristales de Creteil. El señor Aubry lo confió desde luego al guardián del establecimiento, un viejo obrero inválido, cuya mujer, como no tenía hijos, aceptó gozosa la misión de cuidar al chico. Instalado así en familia, en una pequeña casita a orillas del Marne, Juan se aclimató fácilmente a su nueva residencia.

Fuera de eso continuó Pateta siempre ha estado de buen humor: hasta cuando tuvo que dejar la carrera, que a poco entró en la imprenta... y como si : él, en trabajando, ya está contento. No sabe Vd. la vida que yeva: él aquí con su papá de Vd., él en la imprenta, él en el destino que ice Vd. que le quién quitar. Es una fiera el trabajo, y cuanto gana, a su casita.

Pasando junto a la casita del Cura, inmediata a la iglesia, le llamé desde abajo para saludarle, pues como nos habíamos visto y hablado ya varias veces, me sobraba franqueza con él para decirle que estaba más obligado por las leyes de la cortesía a la visita de don Pedro Nolasco que a la suya, no quedándome tiempo aquella mañana para dejar pagadas las dos; pero en lugar del Cura respondió a mis voces su ama, una vieja muy acartonada y envuelta cuanto de ella asomó por una ventana correspondiente a la cocina, en tocas y pañolones.

El asunto es más complicado para el molusco viajante, que dice para : «Tengo un pie, un órgano para andar; por lo tanto andar deboMas, no puede abandonar su preciada casita y recogerse en ella á voluntad, siéndole de absoluta necesidad cuando anda. Entonces se verá atacado.

Al pasar yo delante de la iglesia, zumbaba el piporro, y vi relucir los cirios a través de las policromas vidrieras. El poeta habita al final del término municipal; en la postrera casa a la izquierda, en el camino de Saint-Remy, una casita de un solo piso, con un jardín delante... Entro muy despacio... ¡No hay nadie!

Caminando por las ásperas montañas, encontré en una de las fábulas de La Fontaine el asunto para una comedia en cinco actos, que nuestros últimos acontecimientos políticos podían hacer bastante intencionada. Detúveme en Bagnères para escribirla. En un lugar verdaderamente delicioso, al lado de la hermosa casa de M. Lugo, alquilé una casita que daba a las alamedas de Maintenon.

Yégof se encontraba entonces a cincuenta pasos de la casita, y el tumulto iba en aumento.

Veíame en casita, a su lado, escuchando aquel gracioso acento andaluz que tanto me cautivaba, recordando tal vez con risa los curiosos pormenores de nuestro conocimiento, tal vez interrumpidos en nuestra plática por el juego ruidoso de algunos nenes... Cuando desperté de aquel sueño feliz, no pude menos de pensar que para llegar a allá aún quedaba mucho camino.

El camino serpentea por entre las casas, de suerte que los pasajeros que lo siguen han de ver necesariamente, y mientras atraviesan el pueblo, todas las casas de que se compone. Encuéntrase, sin embargo, una puerta algo más alta y otra más pequeña que las demás: éstas son las del patio en cuyo centro aparece escondida la casita de mi padre.

Palabra del Dia

reclinándose

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