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Le estaba vedado por lo tanto contraer justas nupcias. Pero no pensaba que le estuviesen vedadas igualmente las injustas. En todo el valle no existía hombre más enamorado ni que poseyese armas amorosas de más alcance. Sus conquistas se contaban por docenas. Habitaba en el caserío de Iguanzo, del lado de allá del río, frente por frente de Entralgo.

Todas las familias se trasladaron al tren, que resultaba pequeño para conducir á tanta gente, y yo me dediqué á recorrer las distintas calles del destruído caserío. Algunos hombres á quienes encontré, se prestaron á facilitarme detalles del doloroso acontecimiento; y allá van los que he podido recoger.

Ulises esperaba tropezarse con la viuda al pasar frente á una de estas mansiones, loteadas ahora por pisos, y que exhibían en el portal las chapas indicadoras de oficinas y almacenes. En una de ellas viviría indudablemente la familia amiga de Freya. Luego dudaba, atraído por la blancura de las flamantes construcciones surgidas entre el caserío venerable.

En una me decía que la Shele se había casado, o, mejor dicho, la había casado mi madre con el hijo de Machín, un mozo estúpido y borracho, a cuyo padre habían tenido que dar dinero y tierras para permitir que su hijo se casara con la Shele, que estaba embarazada. En la segunda me decía el amigo que la Shele acababa de morir de sobreparto en el caserío de Machín.

Porque se trataba de una plazoletilla triangular, de irregulares líneas y viejo y abigarrado caserío, donde no había dos balcones iguales, ni dos edificios simétricos, ni monumento alguno bueno ni malo; nada, en fin, que fuese elegante, ordenado, lujoso, ó tan siquiera limpio. ¡Y en esto precisamente consistían su belleza artística, su encanto poético, su color histórico!

Lo diseminado del caserío contribuía a la soledad de Tirso; así que tenía poco roce con sus feligreses, casi las precisas relaciones, dada su posición; de suerte que, ni el respeto se mermaba con la confianza, ni la frecuencia del trato podía engendrar intimidad. Hacía muchos años que en aquellos contornos no se recordaba un cura tan reservado y poco comunicativo.

A la izquierda lejano caserío, la fábrica, el «real», los establos, hacia los cuales volvía el ganado, la capilla con su torre envuelta en un manto de hiedras; a la derecha la vega villaverdina iluminada por los últimos reflejos del sol; y en el fondo las altas montañas de la Sierra, sombrías, boscosas, coronadas de abetos y de ocotes.

Como edificios, son de citar á más del anterior, la casa cuartel de la Guardia civil, levantada á la margen del río, que lame con su corriente los límites del caserío, y la escuela, que se halla en el centro de la plaza, y que sirve de tribunal en las grandes solemnidades.

Presto la abandonaron sin embargo, y asimismo las montañas del horizonte empezaron a confundirse con el agua, mientras la concha blanca del caserío marinedino se destacaba aún, pero perdiéndose más cada vez, como si al ausentarse la claridad se llevase consigo el rosario de edificios y el encendido fulgor de los cristales en las galerías.

No tres, como ella les dijera, sino cinco horas anduvieron hasta llegar de madrugada a un caserío donde, presentándose al jefe del destacamento que lo ocupaba, contaron cuanto habían visto, aún grabada en sus rostros la impresión de la angustia y el terror sufridos.