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Actualizado: 22 de julio de 2025
El mundo, del cual era el marqués uno de los más brillantes sustentáculos, lo vela muy de otro modo; pero el recién casado no paraba mientes en ello, o fingía no pararlas.
De una manera y otra, casado y soltero, trabajando por su cuenta y por la ajena, siempre mal, siempre mal, ¡hostia! La vida inquieta, las súbitas apariciones y desapariciones que hacía, y el haber estado en gurapas algunas temporadillas rodearon de misterio su vida, dándole una reputación deplorable. Se contaban de él horrores.
Recibiéron las dádivas del monarca el juez qus habia dado su caudal, el amante que habia casado á su amada con su amigo, y el soldado que ántes quiso librar á su madre que á su dama; y Zadig obtuvo la copa.
Hasta entonces no conocía de tal pasión más que el aspecto material y grosero, las relaciones fugaces y tristes de las mujeres que le abocaban por la noche en las calles de Londres y París. Un día escribiendo a cierto amigo íntimo de Sarrió se le ocurrió preguntarle si Cecilia Belinchón se había casado.
La idea de casamiento aterrorizaba a don Paco, y no porque en absoluto le repugnase estar casado, sino porque su hija, la señora doña Inés, le inspiraba un entrañable cariño, mezclado de terror, y porque ella era tan imperiosa como brava, y sin duda se pondría hecha una furia del Averno si su padre le diese madrastra, sobre todo de tan ruin posición, y si a los siete nietos que ella le había dado, y a los que calculaba que podrían venir todavía persistiendo ella en su actitud productora, quitase él la esperanza de heredar el majuelo, el olivar y la casa, y de gozar en vida suya de no poco de lo que él fuese granjeando con sus varias artes.
La pública era bien conocida de todos. Don Jaime de la Nava y Sandoval se había casado muy joven con una egregia dama ligada por vínculos estrechos de parentesco con la soberana. No había sido feliz en su matrimonio. Surgieron desavenencias. Hubo algún escándalo, y concluyeron por separarse.
Reflexionó un instante y dijo: Apenas quince años. Su madre ha muerto. Es una triste historia, mi querido amigo... La pobre mujer estaba ya muy enferma cuando me casé con ella en Quimper... ¡Ha sido usted casado! exclamé en el colmo del asombro.
¡Que me engañaba!... ¿y se ha casado con esta mujer?... pues bien... acepto lo que me habéis propuesto y os sigo. Ya sabía yo que habíamos de ser amigos. Pero salgamos pronto de aquí.
Sí me contestó, con su triste sonrisa habitual. ¿Y entonces... por qué no os habéis casado? ¡Ha muerto! exclamó Amparo. Y se cubrió el rostro con las manos y rompió a llorar. Pero de una manera desconsolada, como si su alma entera se exhalase en aquel llanto.
»En la época en que nos llevó consigo, nuestro tío tenía cerca de ochenta años, y era siempre el mismo. Sus opiniones y su carácter no habían cambiado en nada. No había perdonado aún a mi padre, que se había casado sin su consentimiento, y mi madre murió sin que consintiese en verla.
Palabra del Dia
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