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5 Las islas vieron, y tuvieron temor; los términos de la tierra se espantaron; se congregaron, y vinieron. 6 Cada cual ayudó a su cercano, y a su hermano dijo: Esfuérzate. 7 El carpintero animó al platero; y el que alisa con martillo al que batía en el yunque, diciendo: Buena es la soldadura. Y lo afirmó con clavos, para que no se moviese.

El padre de Pepa, que era maestro carpintero y había adquirido en sus contratas un razonable caudal, tenía demasiado apretados los cordones del bolsillo, no se decidía á señalar dote á su hija, contentándose con responder á las instancias de los novios que «los ayudaría en todo lo que pudiese». Pero tal vaga promesa estaba lejos de satisfacer el espíritu esencialmente práctico y ordenado de Frasquito.

El maestro carpintero, que había embaulado un río de manzanilla, con la expansión que el vino comunica, le estaba haciendo una porción de confidencias gravísimas. Decíale con lengua estropajosa que no era tan rico como se decía, que si es verdad que en algunas obras había ganado algunos cuartos, en otras salió con las manos en la cabeza.

En unos cuantos días tuvo que hacer de albañil, de carpintero y de cerrajero, construyendo una casa para albergar á Eva y á sus hijos. Después hubo de domesticar á muchos animales, para que su trabajo resultase más fácil y su nutrición más abundante.

Acuérdese de los ejércitos de la primera República: todos ciudadanos, lo mismo los generales que los soldados; pero Hoche, Kleber y los otros eran rudos compadres que sabían mandar é imponer la obediencia. El carpintero tenía sus letras. Además de los periódicos y folletos de «la idea» había leído en cuadernos sueltos á Michelet y otros artistas de la historia.

Frasquito, que estaba agitadísimo después de la reyerta con su suegro, experimentó la necesidad de bailar, quizá para aturdirse, y bailaba con Isabel. El señor Rafael trincaba con el maestro carpintero en un rincón, mientras en otro, una joven casada, cuyo marido no estaba allí, contaba sus desazones domésticas y pedía consejo á Paca la de la Parra.

Nos vemos atacados y todos debemos marchar unidos. El carpintero, que era anticlerical, mostraba una tolerancia generosa, una amplitud de ideas que abarcaba á todos los hombres. El día anterior había encontrado en la alcaldía de su distrito á un reservista que iba á partir con él incorporándose al mismo regimiento. Una ojeada le había bastado para reconocer que era un cura.

Nuestro sacerdote unas veces se entristecía con ellos, pero otras se confortaba pensando que no debía de estar tan condenado y maldito cuando D. Miguel tomaba sus terribles dudas con tanta calma. Cuando a éste le retiraron las licencias no tuvo más remedio que buscar otro confesor. Convencido de la hostilidad con que le miraban D. Narciso, D. Melchor y D. Joaquín, no quiso desahogar con ninguno de ellos su conciencia, aunque bien sabía que en el tribunal de la penitencia nada tienen que hacer las simpatías o las antipatías. Fue a dar con un joven capellán, más joven aún que él, recién llegado del seminario. Era hijo de un carpintero de la villa, tan tímido y encogido que apenas sabía saludar, feliz de verse elevado sobre su antigua condición, tributando un respeto sin límites a todas las grandezas del cielo y a todas las pequeñeces de la tierra.

Por lo tanto, el gran salón que está encima de las habitaciones del Administrador, se ha quedado por concluir, y á pesar de las telarañas que adornan sus empolvadas vigas, parece como que espera la mano del carpintero y del albañil.

Entre éstos vi a Marcial, que se multiplicaba gritando y moviéndose conforme a su poca agilidad, y era a la vez contramaestre, marinero, artillero, carpintero y cuanto había que ser en tan terribles instantes. Nunca creí que desempeñara funciones correspondientes a tantos hombres el que no podía considerarse sino como la mitad de un cuerpo humano.