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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Mas una casualidá, como que nunca anda lejos, entre tanta gente blanca llevó tambien un moreno, presumido de cantor y que se tenía por güeno.

¡Yo seré quien te alumbraré con un blandón del infierno gritó con agria y colérica voz Rosa Mística : libertino, profanador, cantor sempiterno e insufrible! Ramón Pérez, vuelto en de la primera sorpresa, echó a correr más ligero que un gamo, sin volver la cara atrás. Este fue el golpe decisivo. Marisalada fue despedida de una vez, a pesar del empeño que hizo tímidamente don Modesto en su favor.

No nos parece esta ocasión oportuna de indicar ahora otras hipótesis acerca de la manera, en que los joglares debieron recitar sus narraciones delante de los que los escuchaban. Se podría sostener que mientras un cantor recitaba el romance, representaban pantomímicamente los bufones y remedadores el suceso referido.

Pero a los pocos pasos se detuvo, volviendo la cabeza al no oír de nuevo el tamboril. El cantor se alejaba cuesta abajo, temeroso de molestar al señor con su música, e iba en busca de otro lugar solitario. Llegó Febrer a la torre. Todo lo que parecía de lejos piso bajo era una construcción maciza.

Muchos se dispersaron diligentemente por ver quién primero introduciría aquel cantor en el festejo; pero aunque tantos corrieron y rondaron la casa, fué vana toda diligencia, y así se volvieron como habían ido.

El celoso marido no sosiega, sin embargo, ni aun estando en la prisión su rival, puesto que sus amorosas canciones son repetidas por todos, y fuera de atraviesa el pecho del cantor arrojándole un dardo á través de las rejas de su prisión. En La Carbonera, según todas las apariencias, hay una juiciosa mezcla de la ficción con la historia.

402 Gracias le doy a la virgen, gracias le doy al Señor, porque entre tanto rigor y habiendo perdido tanto, no perdí mi amor al canto ni mi voz como cantor. 403 Que cante todo viviente otorgó el Eterno Padre; cante todo el que le cuadre como lo hacemos los dos pues sólo no tiene voz el ser que no tiene sangre.

Andando esta historia, el lector va a descubrir por solo dónde se encuentra el rastreador, el baqueano, el gaucho malo, el cantor. Verá en los caudillos cuyos nombres han traspasado las fronteras argentinas y aun en aquéllos que llenan el mundo con el horror de su nombre, el reflejo vivo de la situación interior del país, sus costumbres, su organización.

Aquellos eran tiempos de pelear, en que cada hombre iba de soldado a defender a su país, o salía por ambición o por celos a atacar a los vecinos; y como no había libros entonces, ni teatros, la diversión era oír al aeda que cantaba en la lira las peleas de los dioses y las batallas de los hombres; y el aeda tenía que hacer reír con las maldades de Apolo y Vulcano, para que no se le cansase la gente del canto serio; y les hablaba de lo que la gente oía con interés, que eran las historias de los héroes y las relaciones de las batallas, en que el aeda decía cosas de médico y de político, para que el pueblo hallase gusto y provecho en oírlo, y diera buena paga y fama al cantor que le enseñaba en sus versos el modo de gobernarse y de curarse.

Verdad es que en apoyo de esta sospecha no milita razón alguna importante, aun cuando se pueda también creer, que, á semejanza de los juglares, representaba sólo el cantor sin ayuda de ningún otro, dando á su recitación carácter dramático, ya con sus animados gestos, ya variando oportunamente las modulaciones de su voz.

Palabra del Dia

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