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Esto era duro, durísimo, decía el marqués, para unos padres tan blandos de corazón como ellos; pero el estado de la marquesa, tan delicado en su convalecencia, y el temperamento de la niña, que era por todo extremo linfático, según dictamen, casi en profecía, del doctor, el cual temperamento hacia indispensable para ella el aire y la libertad del campo, les obligaban a echarla de casa.

En el cortijo y en el campo, contaba a todos el origen de la enfermedad. ¡La mardita groma del señorito!... La pobresita siempre ha sido poca cosa, siempre malucha, y el susto del novillo la ha acabao de matar. ¡Premita Dios!... Y el respeto al rico, la sumisión tradicional al amo, cortaban en sus labios la gitana maldición.

Don José salió, al parecer con otra esquela o recadito verbal, aunque es más probable que llevara lo primero, y al salir habló a Miquis del tiempo, de política, de Cánovas y de que las tropelías de los ingleses en el campo de Gibraltar daban motivo a España para exigir de Albión que nos devolviera aquel pedazo de nuestro territorio.

Sosegadas ya las olas, el orador continúa. Hace una excursión por el campo de la historia para demostrar que los sarrienses, desde la época de la dominación romana, cuando la España estaba dividida en Citerior y Ulterior y después en Tarraconense, Bética y Lusitania, hasta nuestros días, habían demostrado en todas ocasiones un ingenio poderoso muy superior al de los habitantes de Nieva.

El recuerdo de aquellos promontorios negruzcos, del mar gris, de los pantanos fangosos, me horrorizaba. Pasé la noche en el campo, y a la mañana siguiente, al salir el sol, entré en el puerto de Wexford. Había una goleta que iba a Saint-Malô. Hablé con el capitán para que me llevara, y tuve que vencer su resistencia. Le di el dinero que tenía y prometí pagarle más al llegar a Francia.

Uxmal está como a dos leguas de Mérida, que es la ciudad de ahora, celebrada por su lindo campo de henequén, y porque su gente es tan buena que recibe a los extranjeros como hermanos.

Ni es de amores la primera alborada de la savia primaveral que rejuvenece el campo. Cuando allá en la pradera. Suenan las voces virginales que tornan con sus cántaros llenos de agua Yo no lo que es, pero lloro. Mi triste corazón canta al despertar con un melódico murmullo rociado de ambrosia o yo no de qué. Siento cómo se lleva el invierno mis días felices.

Esta segunda casa o parte de casa, aunque esté en el centro de una población de veinte o veinticinco mil almas, se llama casa de campo.

No acertaremos a explicar con qué arte diabólico Tiburcio había averiguado que al anochecer del día anterior dos gentiles damas, conocidas suyas, habían llegado a Cintra muy recatadamente, y habían ido a instalarse en una hermosa casa de campo que allí poseían los señores Adorno y Salvago.

Allí estaba solo, tranquilo, hacía todo él mismo; siempre por las calles y caminos, bajo el sol y la lluvia, el viento y la nieve. Su cuerpo se había endurecido al cansancio, pero su alma permanecía tierna y cariñosa. Vivía en su presbiterio, una gran casa de campo, separada de la iglesia sólo por el cementerio.