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Actualizado: 5 de junio de 2025
Pero, discretamente indicadas, le bullían en los labios las preguntas de tal modo, que Artegui se impuso la penitencia de narrarle todo la acaecido de pe a pa. Escuchaba él, refrenando con su práctica del mundo, la risa maliciosa que le asomaba a las facciones. Era evidente que al mozo calaverilla le divertía infinito el cómico percance conyugal del calaverón rancio.
Lo que pasó entre los dos, misia Gregoria no pudo averiguarlo, al punto; las voces no salieron del diapasón ordinario y hasta el oído curioso de la señora no llegó sino confuso murmullo; sus celos, exacerbardos con el misterio de esta entrevista sospechosa, le sugerían desatinadas reflexiones: sin duda, el tal emisario se vendría con muchas exigencias, cuando el otro seguía tieso que tieso; cuestión de dinero todo, porque las rubias y las morenas de este jaez no entienden otro idioma. ¿A que salía ella, así, de improviso, y le ponía las peras a cuarto al calaverón de su marido y al alcahucil aquel?
Ahora sí que podía llamarlos a todos de verdad «mis queridos amigos». Sonreían algunas señoras, con el dulce reproche femenil que lamenta y celebra a un mismo tiempo las temeridades del valor, y le amenazaban cariñosamente moviendo una mano con el índice en alto. «¡Ah, calaverón!... ¡Mala persona!»
La embriagadora poesía que de él brota incita al sibaritismo, á las ardientes pasiones. ¡Ah calaverón!... Este vicioso es tan popular, que hasta los pobres más pobres lo crían, aunque sea en una olla rota. Parece que hace soñar, como el opio, felicidades imposibles. Su fuerte aroma sensual es como una visión. No son así las rosas, que aparecen en este mes en primoroso estado de madurez.
Su lenguaje y sus modos, perfectamente adaptados al ardoroso temple de la canícula, aterraron a Rosalía, primeriza en aquella desazón de las amistades culpables. Dígase y repítase en honor suyo. Halló mi calaverón una virtuosa resistencia que no esperaba, pues según su frase, que le oí más de una vez, había creído que, por su excesiva madurez, aquella fruta se caía del árbol por sí sola.
«¡Si pestañeara! dijo para sí aquel calaverón incorregible de D. José Relimpio . Yo he visto esa cara en alguna parte; esa fisonomía no me es desconocida». Alonso seguía dando noticias discretas y mostrando algunas preciosidades, a lo que atendía con mucha urbanidad el padrino de Isidora. Pero esta no veía ni oía nada. Se había quedado de color de cera, y temblaba de frío.
Aquí le quería pillar, calaverón, tenorio de la calle Alsina... De seguro que está usted declarando su amor a esta señorita, en estilo de factura. Visiblemente irritado Manzanares por la burlona intervención, se apresuró, sin embargo, a contestar, temiendo que Isidro persistiese en sus bromas. No señor; hablábamos de cosas serias, de cosas de allá.
Palabra del Dia
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