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Usted debe tomar una casa para y su hermano, ponerse en otro pie de vida, no escatimar ciertas comodidades, en fin... ¿Quiere usted que yo me encargue de buscarle casa, de proporcionarle muebles, modista...?». Joaquín la miró. ¡Qué guapa era! Isidora le oía como si oyera una descripción del Paraíso a quien realmente ha estado en él.

Quedando con poder solo absoluto, Comienza de enfrascarse en desatinos, En obras y palabras disoluto, Haciendo mucho agravio á los vecinos. Por verle en sus costumbres tan corrupto Buscaban todos ya nuevos caminos, Y yo quiero buscarle en canto nuevo, Que ya en este decir mas no me atrevo.

Pero para ir á buscarle ¿nos fiaríamos de las luces comunes, capaces de ser inciertas, ó en mismas, ó por los conductos por donde nos venian? Cierto es que no; antes bien procuraríamos asegurarnos por relaciones firmes, comunicadas por medios ciertos, y que dimanasen de la misma voz del Príncipe, con la qual quedásemos asegurados de sus promesas.

Su primer acto apenas triunfase sería venir á buscarle para llevarlo otra vez al palacio situado en la cumbre de la colina, rodeándole de tantas comodidades y homenajes como si fuese un dios. Pero mientras llega ese momento continuó Popito él teme por la vida de usted, gentleman, y le recomienda que no tenga confianza en ninguno de los que le rodean.

Un día se presentó en casa una mujer pobremente vestida con aspecto de señora venida a menos; nada de pedigüeña ni aventurera. Había estado a buscarle varias veces y nunca quiso recibirla. Entró porque en lugar de abrir el criado lo hizo la doncella.

Se despidió para ir al escenario a ver a Tristán y si no estaba para ir a buscarle a su casa. Mientras Elena hablaba con uno de sus amigos acercose por detrás a saludar a su compañera la condesa un caballero de mediana edad y elegante porte, se estuvo un rato departiendo con ella y se despidió al cabo amable, sonriente, reteniendo algún tiempo en su mano la de Marcela.

Pues qué, ¿una mujer de honor, una buena cristiana, ha de amar sólo la hermosura física y el desenfado en el hablar? ¿Será menester buscarle para marido, no á un caballero de su clase, honrado, temeroso de Dios, virtuoso lleno de atenciones y buenos deseos de hacerla dichosa, sino á algún saltimbanquis robusto, á algún truhán divertido, que provoque en ella con sus chocarrerías una risa indecorosa y un regocijo poco honesto?

Ya era hora de buscarle, cual otras veces, para que hiciese el milagro. Había que ir al ayuntamiento: obligar a los señores de viso, gente algo descreída, a que sacasen el santo para consuelo de los pobres. En un momento se formó un verdadero ejército. Salían de las lóbregas callejuelas, chapoteando en el agua como ranas, vociferando su grito de guerra: ¡San Bernat! ¡San Bernat!

Pero el descanso no se hizo para las madres, y la marquesa no tardó en verse agitada por un estado febril que comprenderán muchas de nuestras lectoras. Juana Berengére, había cumplido ya diez y nueve años y tenía que buscarle un marido. Es ésta, sin contradicción, una hora solemne para las madres. Que se sientan muy conturbadas no nos extraña; extrañaríamos que no lo estuvieran aún más.

Cuando don Alonso, ahitado de la corte y viendo venir la ancianidad, determinó refugiarse en su propia mansión, contando repartir los años que le restaban entre el amor de su hija y el goce tranquilo de los tesoros de curiosidad y de arte, aglomerados en las señoriles estancias, nuevos infortunios, cada vez más inesperados y violentos, vinieron a buscarle allí mismo y a poner en peligro su honra, su libertad, su linaje y hasta su último resto de dicha en la tierra.