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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Sugerir este presentimiento a un hombre, inducirle en este error, significa en la mujer sentimientos aviesos, una travesura de mal gusto, pues no se debe jugar con el corazón ni con las ilusiones de ningún hombre, cuyo porvenir espiritual, en el resto de su vida, acaso dependa de esta burla de la mujer.

Entonces el hombre insustancial y frívolo, que no había vertido una lágrima desde la muerte de su madre, se dejó caer en una butaca, cubriose el rostro temiendo que le hicieran burla las Venus de bronce, las fotografías de mujeres hermosas o los retratos de queridas olvidadas y se echó a llorar como un niño. Capítulo XX

No quedaron arrepentidos los duques de la burla hecha a Sancho Panza del gobierno que le dieron; y más, que aquel mismo día vino su mayordomo, y les contó punto por punto, todas casi, las palabras y acciones que Sancho había dicho y hecho en aquellos días, y finalmente les encareció el asalto de la ínsula, y el miedo de Sancho, y su salida, de que no pequeño gusto recibieron.

Alguna se le aproximó en son de burla; pero no pudo obtener de ella una sola palabra. Estaba sentada a lo moro, con los brazos caídos, la cabeza derecha, más napoleónica que nunca, la vista fija enfrente de con dispersión vaga más bien de persona soñadora que meditabunda.

Inmediatamente el señor de Maurescamp, con el mismo tono de burla, poníase a dar gritos de condenado y a dar golpes sobre el piano para no oír. Así era como pretendía hacerla perder el gusto por la poesía, sin pensar que arriesgaba más bien disgustarla de la prosa.

Cogióle la razón de la boca Sancho, y prosiguió diciendo: ¡No, sino lléguense a hacer burla del mostrenco, que así lo sufriré como ahora es de noche! Traigan aquí un peine, o lo que quisieren, y almohácenme estas barbas, y si sacaren dellas cosa que ofenda a la limpieza, que me trasquilen a cruces.

El hombre reflejado allí no está tan alejado de la elegancia de aquellos que antes envidiaba. Se sonríe con burla. Empezó a comprender por qué atraía la atención de aquella joven del vagón; este éxito se lo debo a mi nuevo sastre.

Reconociendo otros poetas, o por virtud crítica o por atinado instinto, que el tiempo de la gran epopeya había pasado ya, y viendo que hay tesoros de materia épica, difusa e informe, quisieron reunirlos en armónico conjunto; pero, careciendo ya de fe en aquello que cantaban, pusieron en el canto cierta discreta ironía y burla y risa más o menos disimulada.

Echó pie a tierra, se puso en un brazo las riendas del caballo y, sin ofrecer el otro brazo a su compañera, se metió en las espesuras que rodean al parque y dio unos cien pasos en silencio seguido por la joven temblorosa y agitada y que, con el corazón oprimido por aquel tono de burla, trataba en vano de contener dos gruesas lágrimas que rodaban bajo sus anteojos azules.

Encontráronse los dos amigos frente a frente, y no obstante el disfraz de la dama, reconocióla al punto Jacobo; con más sorpresa que disgusto, salió entonces a su encuentro: ¡Criatura!... ¿Qué haces aquí? ¿A qué has venido?... Ella, agitada por mil sentimientos encontrados, entre los que sobresalía la ira, contestó con amarga burla: Pues nada... Venía a indicarte dónde está el número 4.

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