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Actualizado: 25 de mayo de 2025
A ratos surgía, repentino y en gradación descendente, el trino glutinante de alguna perdiz que huía a refugiarse en su mimetismo; los teros saludaban a la distancia, lanzando su estridente grito y mientras los tordos, los cardenales y los chingolos se paseaban por el lomo de las vacas, las lechuzas parecían encogerse de hombros indiferentes o despreciativas, al levantar el vuelo de poste a poste, a medida que el break avanzaba en su camino.
Baldomero le dijo Lorenzo, intensamente agitado, nosotros necesitamos salir en seguida para el pueblo. ¿Y... eso?... Sí, Baldomero, háganos el favor de darnos caballos, o el break; pero sin demora; no debemos ni podemos permanecer aquí más tiempo. Pero... ¿qué, ha pasado algo? Lo que tenía que suceder, desgraciadamente.
¡Jiu!...¡ Jiú!... repetía Hipólito sin sacar el látigo de la latigera y el break continuaba su marcha, por entre aquel gran silencio interrumpido sólo por el vibrante arpegio de algún pájaro o el sonar del cascabel cada vez que escarceaba, el cadenero. Quieto, Baldomero dijo Melchor, deje que la abra este pueblero: a ver, Ricardo, una gauchada.
Los voy a acompañar a caballo. ¿Hasta la estancia? El azulejo es capaz de ir de un galope hasta Buenos Aires. Al partir el break a todo trote, Baldomero se puso al costado, galopando con toda la bizarría del gaucho legendario, mientras su flete dejaba ver, al levantar los remos y al mirar hacia adelante, con sus ojos vivos, que éstos no alcanzaban a divisar distancia que lo cansase.
Momentos después de partir el break, la Pampita percibía claramente el repiqueteo del cascabel del cadenero y las voces de Hipólito: ¡Jiú!... ¡jiú!... ¡jiú!... Si Lorenzo y Ricardo habían salido hondamente entusiasmados con la visita a la «Pampita», ésta, había quedado más impresionada que en otros casos, ante la presencia de aquellos dos buenos mozos, gallardos y cultos.
Simpático, el viejo, ¿eh? dijo Lorenzo al subir al break. ¡Y diablo! le contestó Baldomero, él sabe darse maña para arreglar cualquier enredo dejando contento a todos. ¿Debe ser muy viejo, no? ¡Viejísimo! señor, si cuando yo vine aquí, al campo de los «Astules» y ¡mire que hace años! ya era viejo blanco en canas... Y don Melchor, ¿para dónde agarramos? ¿Iremos hasta el arroyo?
Hipólito tenía listo el break y Baldomero tomaba mate en compañía de Garona, que hecho a las costumbres criollas, había aprendido a «hacer roncar un cimarrón» según la gráfica frase con que se da a entender que se ha sorbido hasta la última gota del mate.
Vaya una gran dificultad repuso éste bajando del break y dirigiéndose a abrir la tranquera, ante la que se había detenido. Así lo hizo; el break pasó y se detuvo nuevamente. ¿La cierro? preguntó Ricardo, provocando una leve sonrisa de Hipólito. Es mejor cerrarla, sí, señor le contestó Baldomero al mismo tiempo que Melchor exclamaba: ¡Qué pregunta!... ¡Chambón!...
Pero un tren había parado en el pueblecito inmediato a la estancia; media hora después, al chasquido de un látigo, bajo los eucaliptos, en el extremo de la avenida, osciló la capota de un break. Eran Raquel y Fernando. Este traía para su madre malas noticias. Un campo que ellos poseían al norte de la provincia, acababa de incendiarse y habían muerto casi todos los animales.
Había en toda la amplitud del paisaje notas de aurora y tonos de indefinibles melancolías crepusculares... El break había transpuesto la última tranquera y realizaba la más breve de las etapas entre la prolija observación del ganado, cuyos ejemplares lo seguían con la vista, como reconociéndolo. Ya estamos, muchachos: aquéllas son las casas.
Palabra del Dia
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