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Actualizado: 11 de junio de 2025
Puede que consistiera esto en las pocas ganas que yo tenía de llegar al fin de nuestro viaje; porque desde luego no consistía en lo divertido de mi conversación con los dos mozones ni en los extremos de regocijo a que se entregaba Chorcos a cada instante, como si fuera a sus propias bodas.
El joven doctor no tenía otra familia que la de su primo y se instaló en su casa. Cristina, que había tenido una hija y por los cuidados de la maternidad salía poco de casa, acogió bien al doctor. La acompañaba tardes enteras hablándola de París, la famosa ciudad del pecado, contra la cual se exaltaban los predicadores y que ella solo había entrevisto en un rápido viaje de bodas.
Tío le dije, piense usted lo que hace, a usted no le cuadra una mujer tan joven... espere... reflexione. Cualquiera te tornaría a ti por un celoso me contestó recalcando la frase. La sangre me subió al rostro y no pude disimular mi turbación. ¿Y cuándo serán las bodas? preguntó don Benito, sonriéndose.
Un órgano de resplandecientes tubos se elevaba en el coro de la iglesia: era el regalo de bodas de miss Percival al abate Constantín. El anciano cura dijo la misa.
Y tomando la acción donde el novelista la había dejado, que era siempre en el acto de celebrarse las bodas de los atribulados amantes, la proseguía en su imaginación fingiéndose con todos sus pormenores la vida venturosa que los esposos llevarían rodeados de sus hijos y recorriendo con las manos enlazadas los sitios donde tan frecuentemente habían caído sus lágrimas.
No; eso es el altar de una Vénus, el festin de unas bodas, una romería, un teatro. Ahí todo se toca, todo se ve, todo se concibe, todo se adivina.
Las lamentaciones de tres jóvenes, que de esta suerte son arrastrados al castillo; sus diálogos con la caprichosa dama, que al fin da su mano á uno de ellos, é invita á los otros á sus bodas, llenan sus cinco actos.
Las golondrinas comenzaban a instalarse en los corredores, y después de cortejarse unos cuantos días por el aire persiguiéndose con gritos descompasados y partiéndose solas las parejas a los sitios más escondidos de las huertas, sin respeto alguno al qué dirán y a las buenas formas, celebraban sus bodas con la misma grosería, sin consultar la voluntad de los papás, ni suplicar dispensa cuando la necesitaban, ni proclamarse por conducto del párroco, ni encargar trousseau a París, ni recibir un mal juego de café de los parientes, ni pasar papeletas impresas a los amigos y conocidos participando su efectuado enlace, ni siquiera insertar en La Correspondencia de España un suelto diciendo: «Ayer, ante numerosa y escogida concurrencia, en la que figuraba lo más eminente de la nobleza, la política y la literatura, se verificó en casa de la desposada el anunciado matrimonio de la bellísima y distinguida golondrina doña Fulana de Tal con el acaudalado golondrino don Zutano de Cual.
Con la Teodora no valían engaños: la gitanería tenía fe ciega en sus manipulaciones; por eso no llevaba menos de ocho duros por el catañeo, y el que no los tuviera que no se casase. La llamaban los gitanos de toda España para sus bodas, gente rica que, además de pagarle bien, cargaba con todos los gastos del viaje.
Esto se debe decir, porque no es cosa que se ve todos los días. Por la noche hubo discursos, y poetas que les dijeron versos de bodas a los novios, y lucecitas de color en el jardín, y fuegos artificiales para los criados del rey, y muchas guirnaldas y ramos de flores.
Palabra del Dia
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