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Al decir esto, sacó de unos luengos mitones de seda unos brazos de maravillosa forma, y de la blancura del mas puro alabastro. Ya veis, dixo, quan poco vale todo esto.

Un enjambre de peces de fuego coleaba ante la proa, formando un triángulo con el vértice en el horizonte. La espuma de los promontorios era sonrosada, como si su blancura reflejase una erupción submarina. ¡Bòn día! gritaba el médico á Ulises, ocupado en calentar sus manos, ateridas por el viento.

¿De qué sirve que, perla de virginal pureza, luzcas en tu blancura la riqueza oriental, si toda tu hermosura, si toda tu belleza, en mortíferos hierros de sin igual dureza engastan los tiranos, gozándose en tu mal?

Luégo miró con espanto que agitada, convulsiva, por la boca sangre viva, por los ojos triste llanto, lanzaba Ayela, y que en tanto la muerte apagaba impura de sus ojos la hermosura, y con mate palidez manchaba la limpidez de su nítida blancura.

Sus densos, brillantes y sedosos cabellos estaban peinados en largos rizos, en una manera de teatro, contra la moda de aquellos tiempos; estos rizos, de un tono obscuro, ceñidos en la frente por una corona de rosas de brillantes, formaban un marco hechicero al rostro de Dorotea, contrastando con su blancura, que la palidez había llevado hasta el último punto del blanco en la tez de la mujer.

En una revuelta vio de repente una sombra oscura, grande y extendida sóbrela blancura del camino: aquella mancha se movía, avanzando lentamente en dirección contraría a la que él llevaba, y entre su masa compacta brillaban a intervalos algunos puntos luminosos. Parecía una serpiente colosal de enormes escamas heridas por los rayos del sol, y seguida de una tenue nubecilla de polvo.

Las grandes flores blancas de la magnolia, plenamente abiertas en sus ramas de hojas delgadas y puntiagudas, no parecían, bajo aquel cielo claro y en el patio de aquella casa amable, las flores del árbol, sino las del día, ¡esas flores inmensas e inmaculadas, que se imaginan cuando se ama mucho! El alma humana tiene una gran necesidad de blancura.

Sin embargo, no temía la persecución. Mirando al cielo, vio que las estrellas de oriente palidecían, y que las lejanas cumbres, perdida su espectral blancura, se destacaban ya con sombrías tintas sobre un cielo cada vez más argentino. El día se le venía encima.

Había perdido aquella luz turbia é inquietante que agrandaba sus ojos, dándoles una fijeza antinatural. Su tez, de una blancura mate y enfermiza, estaba coloreada ahora por el sol y el aire libre. La antigua esbeltez ondulante y ligera se había espesado, dando á su organismo la calma y la estabilidad de los cuerpos que empiezan á cristalizarse en su forma definitiva.

El cuerpo era blanco, no con la blancura mate, yesosa y seca de la gardenia, ni con el tono marfilesco sucio de la magnolia, sino ligeramente carminoso como el de una rosa blanca que tuviera pudor y se ruborizase.