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Actualizado: 13 de julio de 2025
Y Andresito, con la imaginación perturbada, iba siguiendo el curso de la sinfonía extraña que sólo sonaba para sus ojos. Los caminos, con su serpenteante blancura, eran los intervalos del silencio.
Era grande la habitación destinada a Julián, y la luz del velón apenas disipaba las tinieblas, de entre las cuales no se destacaba más que la blancura del lecho.
Se perdían bajo las puertas, con una tiesura sacerdotal, los graves jinetes moriscos, arrastrando el albo alquicel anudado á la cabeza como una bola de nítida blancura, ó el manto purpúreo de aguda capucha, que les daba el aspecto de barbudos frailes rojos.
Al mismo tiempo, una mueca violenta que reflejaba su enorme esfuerzo mental hizo bailotear un poco las dos filas de sus dientes, igualmente escandalosos por su blancura. ¿Pirovani?... ¡Ah, sí! Aquel italiano que vivía en Río Negro y al que robó Moreno... No sé; creo que nunca volvimos á hablar de su hija.
Cádiz y Málaga, otras dos ciudades de nuestra España que he visitado, se distinguen, la primera por su encantadora situacion, por su blancura y su excesiva limpieza, por su civilizacion avanzada.
Algunos sillones antiguos, de encorvados brazos, con el rojo terciopelo calvo y raído hasta mostrar la blancura de la trama, mezclábanse con sillas de paja y el pobre lavabo. «¡Ah, miseria!», volvió a pensar el mayorazgo.
Y la silueta del Cura que caminaba delante de todos, con sus hopalandas negras, con su negro tapaboca arrollado al pescuezo, ¡qué grande me parecía sobre la blancura deslumbradora de la nieve! ¡Y qué solemnidad tan temerosa y elocuente la de aquel silencio de la Naturaleza! ¡Y qué sonido tan débil, tan extenuado y melancólico el de las campanas de la parroquia doblando a muerto sin cesar desde que había amanecido!
Sin embargo, ese vestido níveo de que hablan los poetas, está agujereado y desgarrado por mil partes. Los salientes de la montaña atraviesan esa envoltura, y los matices sombríos de las rocas, contrastando con la blancura de la nieve, acusan con más claridad los relieves de las fragosidades.
A él le olía a pólvora el tal galanteo, y esto lo afirmaba con una sonrisa de orgullo, que hacía brillar la blancura de sus dientes de lobezno en el óvalo obscuro de la cara. Ninguno de los pretendientes adelantaba sobre los demás. En dos meses que llevaban de noviazgo, Margalida no había hecho más que escuchar, sonreír y responder a todos con palabras que turbaban a los atlots.
La sangre, como savia enérgica, regaba los tejidos, tiñendo la epidermis de tonos que variaban delicadamente desde el azul de las ramificaciones venosas hasta el carmín brillante de los labios húmedos; y una mata de pelo, escapada de la redecilla, hacía resaltar la blancura del cuello.
Palabra del Dia
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