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Actualizado: 5 de junio de 2025
Reginaldo vino por fin a reunirse conmigo, y entró exclamando: «Este hombre es un tipo de lo más original que puede darse, por no decir otra cosa. ¡Conque a mí me ha invitado a tomar whisky con soda... en la casa de Blair!
El secreto de Burton Blair, cuyo conocimiento le había producido su fortuna de millones, se encerraba allí, y ahora que por legado me pertenecía, estaba en mis intereses hacer toda clase de esfuerzos para conseguir descubrir la verdad exacta.
Vea añadió, todo está aquí, a excepción de la parte que sacó el señor Blair, y abriendo uno de los macizos cofres, sostuvo en alto la linterna y desplegó ante mis ojos una colección tan variada de cálices, patenas y custodias de oro, vestiduras recubiertas de joyas y pedrería y magníficas alhajas, como nunca antes había visto igual.
Cualquier cosa que Burton Blair me haya dicho ha sido en la más estricta confianza exclamé, ofendido por el entrometimiento de aquel individuo, pero, sin embargo, contento interiormente de haber tenido la oportunidad de conocerlo y poder tratar de cerciorarme de sus intenciones.
Era evidente que él opinaba que existía una razón secreta para introducir en la casa de Mabel a este desconocido, razón sólo conocida por Burton Blair y este individuo. Me pareció extraño que Mabel no me lo hubiera dicho, pero quizá habría vacilado al manifestarle yo la promesa que le habría hecho a su padre, y en vista de eso, no se habría animado a herir mis sentimientos.
Debemos saber con fijeza dónde estaba y qué hizo el día en que Blair perdió tan misteriosamente el conocimiento en el tren. No me gusta el individuo, aparte de su alias y secreta amistad con Blair. Su intención es mala, viejo, bien mala. La he visto brillar en el único ojo que tiene. Recuerda lo que dijo sobre que Blair lo había traicionado.
No pude dejar de abrigar fuertes sospechas de que Melandrini, cuyos movimientos eran tan misteriosos y llenos de recelo, debía haber tenido alguna parte en el robo hecho a Blair de esa pequeña y curiosa bolsita que me había legado en su testamento. Esta era una extraña fantasía que me había forjado, pero que, a pesar de todos los esfuerzos que hacía, no podía desechar de mi mente.
Su dinero le asegura sus amigos. Amigos, sí respondió el anciano, gravemente; pero no felicidad. El pobre Burton Blair era uno de los hombres más desgraciados, estoy bien seguro de eso. Yo sabía que hablaba la verdad.
Blair me había legado su secreto, con el fin, no hay duda, de ponerme en condiciones de no andar a la caza de riquezas, y como se había extraviado, era mi deber no ahorrar esfuerzo alguno para recuperarlo.
El acto que se llevó a cabo la siguiente tarde en la biblioteca de la mansión de la plaza Grosvenor fue, como puede suponerse, muy triste y penoso. Mabel Blair, vestida de luto, con sus ojos llenos de lágrimas, permaneció sentada y silenciosa mientras el abogado leyó secamente el testamento, cláusula por cláusula.
Palabra del Dia
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