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El espada dejaba pender sus brazos con desaliento. ¡Pero aquel bicho era inmortal!... Las estocadas no le causaban mella. Parecía que no iba a caer nunca. La inutilidad del último golpe enfureció al público. Todos se ponían de pie. Los silbidos eran ensordecedores, obligando a las mujeres a taparse los oídos. Muchos braceaban, echando el cuerpo adelante, como si quisieran arrojarse a la plaza.

No se cansaban de admirarse de que un bicho tan pequeñísimo pudiese demoler una fábrica tan inmensa. Calculen ustedes los millones de estos seres que habrán tenido que trabajar en la demolición dijo un ingeniero. Uno por uno todos fueron contemplando el mundo invisible que dentro de ella existe.

Al principio no dio doña Inés grande importancia a la acusación; pero en aquellos últimos días la renovó Serafina con tal vehemencia e insistencia, que doña Inés se puso sobre ascuas. Se puso como se pondría apasionada jardinera si viese que un sapo u otro bicho feo y viscoso tratara de deshojar o marchitar la planta florida que más la deleitase.

¿Y por qué dice V. que ese D. Juan es un ente? le preguntó una vez doña Manolita. ¿Por qué lo he de decir? contestó don Acisclo ; porque es un ente; porque es el bicho más raro que he conocido en mi vida. El triunfo Ente o no ente, D. Juan Fresco valió de mucho a D. Acisclo, el cual, mientras más esperanzas tenía, más se afanaba y desvelaba porque no se frustrasen.

Así como el portador de la candela era siempre muchacho y nunca envejecía, así la trapera no es nunca joven: nace vieja: estos son los dos oficios extremos de la vida, y como la Providencia, justa, destinó a la mortificación de todo bicho otro bicho en la naturaleza, como crió el sacre para daño de la paloma, la araña para tormento de la mosca, la mosca para el caballo, la mujer para el hombre, y el escribano para todo el mundo, así crió en sus altos juicios a la trapera para el perro.

Comer, beber, dormir y retratar a todo bicho viviente que cruzaba ante la magnífica lente de su cámara oscura eran las útiles tareas que llenaban y aun hacían rebosar la vida de aquel ilustre prócer, a cuyos abuelos cabía tanta parte en las gloriosas empresas de la antigua España.

El estilo frío era para las cartas: costumbres de gran señora, preocupaciones de dama que había corrido mucho mundo. Su molestia se trocaba en admiración. ¡Lo que sabe esta mujer! ¡Vaya un bicho de cuidao!... Y en su sonrisa asomaba una satisfacción profesional, un orgullo de domador que, al apreciar la fuerza de la fiera vencida, alaba su propia gloria.

La enfermedad mas frecuente es la que llaman los portugueses del bicho: y de la cual mueren muchos, porque no saben curarla. La enfermedad consiste en una extremada laxitud del orificio con disenteria, y algo de calentura.

Hasta entonces yo había pedido a los amigos; desde aquel momento pediría a todo bicho viviente, iría de puerta en puerta con la mano así... Del primer tirón me planté en casa de una duquesa extranjera, a quien no había visto en mi vida. Recibiome con cierto recelo; me tomó por una trapisondista; pero a , ¿qué me importaba?

Oiga usted, señá Josefa, hable usted bien y no mienta, que yo no doy palmaditas a las criadas. ¿Qué concepto va a formar de este señor? El que usted merece, mal bicho. Le he guipao una vez dándole palmaditas, otra cogiéndola por la barba, yo no quiero escándalos en mi casa, ¿estamos?