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Primero por aquella que meció tantas veces tu cuna blanca y bella, por la que, en el cielo, fué á buscarte hasta él; y te puso en el mundo, y madre cariñosa, por haciendo dos partes de la vida azarosa, tomó siempre el acíbar y te dejó la miel. Ruega por en seguida. A me hace más falta.

No, tampoco. Pues entonces ¡córcholis, recórcholis!, ¿a dónde vas? La Nela no contestó nada: seguía mirando con espanto al suelo, como si en él estuvieran los pedazos de la cosa más bella y más rica del mundo, que se acababa de caer y romperse.

Aún me queda una duda. ¿No pudiera ser la mujer en general, y no yo singular y exclusivamente, quien ha despertado esa idea? No, Pepita; la magia, el hechizo de una mujer, bella de alma y de gentil presencia, habían, antes de ver a Vd., penetrado en mi fantasía.

Este suelo es ya el suelo de mi patria: dejadme contemplar en él desde los escombros de lo pasado el espectáculo de esa naturaleza siempre bella que rejuvenecen incesantemente el soplo de la eternidad y la mano de los hombres.

¡Andando! exclamó alegremente Roger, que se felicitaba de continuar su viaje en tan buena compañía. Pero antes importa poner mi botín en seguridad y creo que lo estará por completo en esta venta, de cuya dueña tengo los mejores informes. Oid, bella patrona. ¿Véis esos fardos?

Luego, Bautista cantó la bella canción del país de Soul, que dice así: Urzo churia errazu Nora yoaten cera zu Ezpaniaco mendi guciac Elurrez beteac dituzu Gaur arratzean ostatu Gure echean badezu. Todos los montes de España están llenos de nieve.

Justina, hija de una mártir cristiana, es elegida para este objeto, y para ser también la segunda víctima del infernal corruptor. El plan se pone al punto en ejecución. Floro y Lelio, dos jóvenes enamorados ciegamente de Justina, pero no correspondidos por ella, invocan la mediación de Cipriano. Este accede á sus ruegos, pero siente en seguida una pasión furiosa por la bella cristiana.

Llegó la Tribuna a saber de memoria al capitán de la Bella Luisa, sus hábitos, sus viajes, sus caprichos, y el eterno proyecto de matrimonio, diferido siempre por altas razones de conveniencia, que explicaba Ana con sumo juicio y cordura. Si ella se quisiese casar con algún artista de esos ordinarios, un zapatero, verbigracia, cansada estaría de tener marido; pero ¿para qué?

La veía despertando en su corazón juvenil una pasión tierna y ardorosa a la vez; bella y pura como un querubín, con el rostro fino y ovalado y ojos azules que le miraban con amor.

M. de Montherot, uno de nuestros parientes, hombre de treinta y seis años, persona distinguidísima y de bella presencia, se ha enamorado de sus gracias durante una entrevista que indirectamente él mismo se ha procurado.