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Allí la gente robusta de la montaña podía cenar alegremente, teniendo por toldo el bellísimo cielo de invierno, que ostentaba a la sazón, en su fondo obscuro y sereno, su ejército infinito de estrellas. La casa estaba coquetamente decorada con el adorno propio del día.

Por las orillas de las acequias, entre la yerba menuda y las flores silvestres, relucían como diamantes o carbunclos los gusanillos de luz en multitud innumerable. No hay por allí luciérnagas aladas ni cocuyos, pero estos gusanillos de luz abundan y dan un resplandor bellísimo.

Don Juan había ido allí vivamente excitado por el recuerdo de lo que había pasado entre Dorotea y él aquella mañana en la prisión. A pesar de su amor á doña Clara, Dorotea era un astro bellísimo, que poniéndose entre los dos esposos, producía un eclipse de amor. Don Juan no veía entonces más que á Dorotea. Se acercó á ella, y al verla de cerca, sintió una conmoción poderosa, tembló, se deslumbró.

Tal vez hay mucho de chiste y de broma en cuanto se alega en favor de las corridas de toros en el precioso libro del señor conde de las Navas. Tal vez en el bellísimo prólogo del mencionado libro, escrito por D. Luis Carmena y Millán, cuya autoridad en tauromaquia es indiscutible y casi infalible, se trasluzca también algo de burla y de ironía.

A la mañana siguiente, cuando María Teresa se despertó, hacía un sol bellísimo. El aire tibio penetraba en su cuarto, cargado de brisas marinas y del perfume de las flores. Ante la belleza del día, todas sus preocupaciones se disiparon.

De aquí que toda la segunda parte sea poesía, en virtud del estilo bellísimo del poeta, de la riqueza lírica y gnómica que derrama, de mil primores de todos géneros que sabe difundir en los pormenores; pero en el conjunto, la segunda parte, o no es poesía o es poesía al revés.

Los dos jóvenes siguieron á la duquesa. Esta llevaba asida de la mano á doña Clara. Cuando estuvieron solos, en un reducido y bellísimo gabinete, la duquesa no pudo contenerse; se arrojó entre los brazos de don Juan, le besó, lloró, rió y por último cayó desvanecida sobre el estrado. ¡Agua! ¡agua! ¡Clara mía! exclamó don Juan ¡mi pobre madre!...

Paróse un poco temiendo no fuesen demonios; pero observando las facciones de sus rostros, la belleza de los vestidos y de las cruces que traían en las manos, y la afabilidad de sus palabras, creyó que era cosa del cielo; por lo cual, perdido el miedo, se fué tras ellos por una cuesta empinada, por la cual se montaba á unas altas cumbres; la senda era estrecha, difícil y sembrada toda de abrojos y espinas tejidas entre á manera de cruces; por lo cual era menester caminar con tiento paso á paso para no maltratarse; y hubiera desfallecido por la pena y dolor que sentía en pisar las espinas si sus guías no le hubiesen alentado y confortado con la amabilidad de su vista y con la luz que echaban de ; llegó entre tanto á donde por la mano izquierda había un camino real, ancho y llano y bellísimo á la vista por su verdor, hermosamente esmaltado de todo género de flores.

Ese rio tiene muy bello porvenir, y no muy tarde el comercio granadino le dará toda la importancia que merece. Abajo del Carare aparece el Opon, rio bellísímo también, cuyas arenas cuajadas de oro sirven de lecho á una corriente mansa, profunda y cristalina. ¡Y qué de recuerdos al ver la embocadura de ese rio!

Porque son dos los estilos que se dividen el siglo XVI en España: el primero es el plateresco, formado y cultivado casi esclusivamente por artistas españoles bajo el reinado de Cárlos V, el cual se perpetúa hasta dentro del reinado de Felipe II, y al que se deben, entre muchos edificios justamente célebres, el bellísimo claustro del monasterio de Sta.