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¿Pero qué jerga es esa? ¿Qué demonios tiene eso que ver con lo que te pregunto? Usted no cae en la cuenta contestó el socarrón del abate, porque no sabe que esas dos señoras viven en la misma buhardilla en que hace diez años vivió la hija del herrero, Josefita Pandero, de quien anduvo tan enamorado el conde de Valdés de la Plata: es decir, en el número 6 de la calle de Belén.

4 Y convocados todos los príncipes de los sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. 5 Y ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: 9 Y ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente, iba delante de ellos, hasta que llegando, se puso sobre donde estaba el niño.

Los reyes magos reducidos a dos; de la pareja de civiles, un número; la mula del pesebre, ausente; los borregos, pastores y zagalas, en cuadro; el caserío de Belén, medio derribado para arrancar algunas fincas, y ¡oh cosa inverosímil! San José permanecía junto a su divino hijo, mas la Virgen había desaparecido. ¡¡Pepito!! ¿Qué ha pasado aquí? gritó enojado el abuelo.

Las monjas estaban contentas de ellas, y aunque les agradaba ver tanta piedad, como personas expertas que eran y conocedoras de la juventud, vigilaban mucho a la pareja, cuidando de que nunca estuviese sola. Felisa y Belén, juntas todo el día, se separaban por las noches, pues sus dormitorios eran distintos.

En el tercer acto anuncia el arcángel San Rafael al Demonio la fundación de la orden de San Jerónimo: esta noticia lo enfurece sobremanera, pero al fin promete no penetrar nunca en casa alguna en donde haya una imagen del Santo. El lugar de la acción es en Constantinopla, Jerusalén, Roma, Persia y Belén.

Con una cruz de piedra, un par de jinetes rebujados en sendas capas, un camarín bien amueblado, una dama de rara belleza, un castillo con ventanas ojivales y una noche de luna llena, tenía lo bastante nuestro mancebo para armar un belén de seis mil diablos muy interesante, capaz de poner la carne de gallina a cualquiera.

Luego que Salvador se fue, D. Felicísimo escribió una carta en cuyo sobre, después de trazar tres cruces, puso: A la Señora Doña María de la Paz Porreño, calle de Belén.

Por donde quiera se notaban movimiento y bullicio, pero más que en ninguna parte en la Calle Nueva y Plaza del Rocío, donde estaban las tiendas de los más ricos mercaderes, y a lo largo de la orilla, casi hasta Belén, donde a la par de las quintas y de los parques había grandes almacenes o depósitos para las mercancías que se embarcaban o desembarcaban.

En una de las carpetas de estudio, dos recogidas velaban: una era Belén, que leía en su libro de rezos, y la otra Mauricia la Dura, que tenía la cabeza inclinada sobre la carpeta, apoyando la frente en un puño cerrado. Al principio, su vecina Belén creyó que rezaba, porque oyó cierto murmullo y algún silabeo fugaz. Pero luego observó que lo que hacía Mauricia era llorar.

Levantado el terreno y nivelado, formadas ocho hileras de árboles hasta el prado de Belén, y construídos cómodos asientos y bellas fuentes de mármol, el conde de Barajas puso á la entrada del paseo dos magníficas columnas de granito gris, que medían 8'90 metros y uno de diámetro, las cuales es opinión general que debían pertenecer á algún templo que tuvo Sevilla en tiempo de los romanos.