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Actualizado: 15 de junio de 2025
O yo no sé lo que son ejércitos, o lo que allí se divisa son dos que van a encontrarse y a reñir. ¡Sublime acontecimiento! ¡Bendito sea Dios que nos ha deparado ocasión de presenciar una batalla! He aquí una cosa que me entusiasma. Me pirro yo por las batallas. ¡La gloria! Te digo que se me va la cabeza cuando hablo de esto. Tarde ha sido, amigo, pero al fin he encontrado la norma de mi destino.
No carece de interes esa evocacion de las batallas homicidas en un templo ofrecido al Dios de paz, de caridad y amor. ¡Mezcla de religion y de impiedad! Ese es el mundo: adoracion á Dios y guerra al hombre....
¿En qué batallas se ha encontrado usted? preguntó con sonrisa burlona Santorcaz.
No piense vuestra merced darme papilla, porque por Dios que no soy nada blanco. ¡Bueno es que quiera darme vuestra merced a entender que todo aquello que estos buenos libros dicen sea disparates y mentiras, estando impreso con licencia de los señores del Consejo Real, como si ellos fueran gente que habían de dejar imprimir tanta mentira junta, y tantas batallas y tantos encantamentos que quitan el juicio!
Después de largas campañas en Flandes o en Italia, tenía asegurada una espera no menos luenga en las antesalas de los palacios, con el memorial en las rodillas, solicitando una recompensa de criado por los pelotazos de hierro y los acuchillamientos recibidos en las batallas contra el turco y el herético.
A una voz de don Pío y terminadas las evoluciones, los planetas se dispersaban y volvían a ocupar sus bancas terminándose la lección de astronomía práctica. Pero donde don Pío era famoso, era en la descripción de las batallas del curso de historia.
En la primera batalla que dimos con los aldeanos portugueses, todos echaron a correr en cuanto nos vieron, y el General mandó a la caballería que se apoderara de un hato de carneros, lo cual se verificó sin efusión de sangre. No, no ha habido en el mundo batallas como ésas, Sr.
Luego se había ordenado, se hizo fraile, estuvo en Filipinas; finalmente, se secularizó y vivía en Lancia como capellán suelto. Mientras la guerra no se habían conocido. Cuando se encontraron en Lancia quedaron unidos con indisoluble amistad por la identidad de ideas, por el recuerdo de las gloriosas batallas a que asistieron... y por la ginebra.
Según él, no había en el mundo persona de más mala intención y con más memoria para recordar nombres y caras. Brull era el caudillo que dirigía las batallas; el otro ordenaba los movimientos y remataba a los enemigos cuando estaban divididos y deshechos. Don Ramón era dado a arreglarlo todo con la violencia, y a la menor contrariedad hablaba de echar mano a la escopeta.
Su destreza era tan extremada, que el Príncipe, montándolo, corría seguro sobre los adarves de los altos muros de Granada: jamás su dueño había dejado de salir vencedor en las justas y torneos, triunfante en las lides y batallas e ileso en los juegos de cañas y alcancías.
Palabra del Dia
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