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El que lo ve, apostaría cualquier cosa que tan frágil barquilla va á zozobrar... No hay cuidado. Vuela como una flecha sobre las olas, desaparece, vuelve á aparecer entre los fuertes remolinos producidos por los hielos y en medio de aquellas flotantes montañas. Hombre y barquilla no son más que una pieza, un pez artificial. Empero, ¡cuán inferior es á los verdaderos peces!

En la representación de la loa aparecía una barquilla, brillante como la plata, tirada por dos grandes peces y rodeada de tritones y nereidas, que cantaban y bailaban en el agua. En la barca estaba sentada en su trono la diosa del mar con una urna, de la cual salían varios surtidores, y con un traje largo y de muchos pliegues, de los cuales surgían también en todas direcciones otros surtidores.

Aquélla es opaca y ruda: sacude con fuerza. El que se aventura en ella, siéntese levantado impetuosamente. Cierto que presta auxilio al nadador, empero se señorea de él: encuéntrase éste cual débil niño mecido por poderosa mano que fácilmente puede reducirlo á la nada. Una vez desamarrada la barquilla, ¿quién sabe dónde puede llevarla una ráfaga de viento, la irresistible corriente?

Un día, un aeronauta, enredado en el cordaje de su barquilla, asfixiándose por el gas que se escapaba del globo, cayó en medio del Sena, entre dos hileras de pescadores, inmóviles como estatuas á lo largo del margen. Ninguno se movió.

A las justas observaciones del capitán explicándole lo imposible de realizar su petición por no tener pasaporte ni haber llenado ninguno de los requisitos de embarque, la india rompió á llorar; volvió á suplicar, y no pudiendo conseguir nada, secó sus lágrimas, y dirigiéndose silenciosamente al portalón tiró á la mar los doscientos pesos. ¡Pobre Titay! oímos decir á un artillero que veía alejarse la barquilla en que iba la india. ¿Quién es Titay? preguntamos nosotros.

Lohengrín, llegando en su barquilla para salvar a Elsa. Sólo falta el cisne... a no ser que el barbero se contente con este papel... Hablando en serio, no creía que aquí hubiese un hombre capaz de portarse así. ¡Y si usted hubiese muerto!... exclamó el joven para justificar su aventura. ¡Morir!... Le confieso a usted que al principio tuve algún miedo; no de morir, que yo le temo poco a la muerte.

Verdaderamente que no hubiera sido preciso rogarme mucho para llevarme al fin del mundo en aquella pequeña y frágil barquilla. Al salir de los límites del parque, pasando bajo uno de los arcos que atraviesan la pared que lo rodea: ¿No me pregunta á dónde lo llevo, señor? me dijo la criolla. No, señorita: me es completamente indiferente. Lo llevo al país de las hadas. No lo dudo.

La ligera barquilla, de muy tosca construccion, saltaba como un pez, cediendo á las fuertes ondulaciones del agua agitada por el viento del sur. En los primeros minutos no dejamos de tener miedo, porque los movimientos eran muy desordenados, el viento nos azotaba con fuerza y á veces saltaban sobre el fondo de la barca chispazos espumosos que nos mojaban.

Y de lejos, por entre el ramaje, arrastrándose sobre las verdes olas de los campos, contestaban los ecos del vals que iba acompañando al pobre albaet hacia la eternidad, balanceándose en su barquilla blanca galoneada de oro.