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El Confianza se deslizaba como una exhalación por la rápida pendiente; la rueda apenas batía las aguas y volábamos sobre ellas; mientras allá arriba, en la casucha del timonel, seis manos robustas mantenían la dirección del barco.

La muchacha tendría quince o diez y seis años; era delgada, esbelta, con las mejillas doradas por el sol; los ojos brillantes, obscuros; el pelo rubio, de fuego, y la expresión entre asustada y salvaje. En las paredes del cuartucho había unos mapas, un barómetro, un reloj de barco y una brújula; se notaba que era la casa de un marino.

Parecía un juguete en manos de gigantes; pero resistía maravillosamente. Con su pequeña vela saltaba con agilidad de ola en ola, como si fuera un barco insumergible, y subía y bajaba por las montañas de agua, intrépida y ágil como una gaviota.

Ulises, que estaba dispuesto á no sorprenderse de nada en este viaje extraordinario, se limitó á una exclamación de alegría cortés. «¡Tanto mejor!...» Ya no se ocupó de él, dedicándose á sacar el barco del pequeño puerto, dirigiendo su rumbo hacia la salida del golfo.

Sin darse cuenta de ello se fué colocando poco á poco detrás de su amigo. ¿Qué es eso? dijo éste volviéndose. ¿Tienes miedo? ¡Qué harán entonces aquellos que van por allí! Y señaló con la mano un punto que apenas se divisaba en el horizonte. ¿Un barco? preguntó la joven con ansiedad. . ¡Pobrecitos!

Llegó con furia el barco a la orilla, y el encallar en ella y el saltar todos los que en él venían en tierra fué una misma cosa. Mandó Policarpo que no saliesen a la carrera hasta saber qué gente era aquélla y a lo que venía, puesto que imaginó que debían de venir a hallarse en las fiestas y a probar su gallardía en los juegos.

No pudieron explicar lo que había pasado con los demás marineros. Sin duda la tripulación del barco, dándose cuenta del peligro antes que el capitán, se apoderó del bote, que chocó con algún arrecife y se fué a pique. Días después, pasado el temporal, se intentó sacar de los escollos al Stella Maris; pero fué imposible.

¿Pero qué otro objeto podía tener? pregunté yo. ¡Quién sabe, Shanti, quién sabe! me dijeron. Alguno llegó a manifestar la sospecha de si Machín no habría salido con su barco con la idea de hacernos naufragar. No era posible convencerles de otra cosa y los dejé. A un marinero, y a un marinero vascongado, no se le convence nunca de nada.

De este modo se obtendria un grande ahorro en los gastos, y podrian reducirse notablemente las dimensiones de los barcos. El costo principal de un barco de 25 toneladas, es de 4,500 pesos, al que no daremos mas duracion que 15 años, en los cuales se necesitarán otros 400 pesos anuales para conservarlo en buen estado de servicio.

Decían los marineros que era grande su saber para un mozo de veinticuatro años. El sol, lo veía él siempre salir sobre cubierta. Iba alegre en el barco, como aquel que va a ver maravillas. Pero desde que llegó, empezó a hablar poco. La tierra, , era muy hermosa, y se vivía como en una flor: ¡pero aquellos conquistadores asesinos debían de venir del infierno, no de España!