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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Tu madre, Máximo me dijo, se pone cada vez más caprichosa. Sufre tanto, ¡padre mío! Sí, sin duda; pero tiene un capricho muy singular; desea que estudies derecho. ¡Yo, derecho! ¿cómo quiere mi madre que á mi edad, con mi nacimiento y en mi situación vaya á arrastrarme en los bancos de una escuela? Eso sería ridículo.
Con respecto á la calidad del Puerto de San José, tiene este las grandes ventajas de su excelente fondo para toda clase de embarcaciones, sin obstáculo en su entrada, sin bancos ni escollos en que puedan peligrar los navios; y solo hallo que por su grande extension y anchura será expuesto á los temporales.
Todos llevamos nuestro plan gigantesco para asombrar al Nuevo Mundo y encadenar a la fortuna. Hasta los que se volvieron de América desesperados retornan con nuevos bríos. ¿Por qué no ha de tener Maltrana su negocio?... Crea usted que los que han fundado Bancos allá no valían más que yo ni tenían el talento de Martorell, que es un águila para estas cosas.
Comenzó a sonar una campana; la gente fué afluyendo, primero, poco a poco, luego de golpe; los dos bancos destinados a los parientes y amigos se llenaron, y comenzó la misa. Yo estaba asustado; ya sabía que en el túmulo no había nadie; pero me parecia que allí dentro debía de estar agazapado el tío Juan con sus cadenas y sus letras ignominiosas en la espalda.
Estaba construida con botes viejos de conservas, que reemplazaban a los ladrillos; el techo era de latas de petróleo enrojecidas y oxidadas por la lluvia. Unos tablones carcomidos empotrados en la pared exterior servían de bancos. El «Ventorro de las Latas» era el punto de reunión de los dañadores antes de emprender la marcha. Comenzó a cerrar la noche.
La segunda embarcación ó chalupa, lancha mejor que bote, de popa ancha y llana, con cinco bancos para remos pareles, se metía dentro de la nao al salir de puerto . Además empachaban la cubierta, el fogón donde se guisaba con leña; barriles con agua potable, las lombardas, la madera de respeto y los pertrechos necesarios á mano.
Había interrumpido su monólogo, que sólo escuchaban las masas de negra vegetación, los bancos solitarios, la sombra azul perforada por el temblor rojizo de los faroles, la noche veraniega con su cúpula de cálidos soplos y siderales parpadeos.
En los bancos, y cada cual con su periódico en la mano, había algunos señores viejos, tipos de militares retirados, de ancianos achacosos que, sacudiendo el entumecimiento del invierno, salían en busca de un rayo de sol tibio.
El no tenía otro dinero efectivo que dos mil francos escasos que le habían sobrado del viaje. Todos sus amigos se encontraban en una situación angustiosa, privados de recibir las cantidades que guardaban en los Bancos.
Así que, después de descansar unos minutos en los bancos de una taberna, se encaminaron a la iglesia, donde les dijeron que iba a comenzar pronto la solemne misa cantada. Sus figuras, un poco raras, aunque científicas, no dejaban de llamar la atención en el pueblo, aunque estuviese éste tan próximo a Madrid.
Palabra del Dia
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