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Actualizado: 3 de junio de 2025
Se convino en que se hablarían en el de Platerías, de la misma calle, a las seis de la tarde, hora en que solía estar solitario. D. Laureano llegó el primero a la cita y esperó meditando los falaces argumentos con que pretendía persuadir al sillero. Vino éste a los pocos minutos y se acercó a la mesa acortadísimo, balbuciendo las buenas tardes.
La lengua se le desató aunque no de buen modo. Se excusó balbuciendo de no haber tomado él la iniciativa en este asunto. Su suegro llevaba mucha razón en lo que decía.
Nunca se le pasó por la imaginación que tales pérdidas pudiesen afectar seriamente a sus comodidades, a su ostentación, ni aun a sus caprichos. Pero el gusano permanecía vivo allá en el fondo. No había más que hostigarle como hizo Pepa, para que royese lindamente. ¿Los negocios de mi marido? dijo balbuciendo, como si no entendiese . Yo nunca me entero ... ni le pregunto.
Pero notando que la frente de su suegro se fruncía, y en sus ojos se apagaba repentinamente la sonrisa, añadió balbuciendo: Tampoco me parece que estaría mal en la Escombrera... Mucho mejor, Gonzalo... ¡Infinitamente mejor! Puede, puede. Y esta opinión mía añadió no vayas a figurarte que es de ayer mañana, sino de toda la vida.
La distinguida dueña de casa llegó a disculparse con excelente mímica, mirando a su marido, como si le dijera: «¿Y estos son los amigos que traes a tu hogar?...» Me disculpé balbuciendo débiles excusas sobre mi rusticidad.
Obdulia se puso fuertemente colorada y dijo balbuciendo: Porque usted es un santo... sí... porque usted es un santo. ¡Qué santo! exclamo el clérigo alzando la mano con impaciencia. Sí; porque usted es un santo y mira todas estas cosas desde la altura en que se encuentra... Pero es una injusticia, padre; ¡es una villanía! añadió volviendo a exaltarse.
Acaso... profirió el joven balbuciendo. Elena llevó a su cuñada hasta la butaca de paja, la hizo sentarse en ella y cubrió su rostro de besos. Después vino a plantarse delante de Tristán que continuaba sentado. ¿Acaso qué...? vamos a ver. Acaso haya dicho a Clara algunas palabras mortificantes... ¿Y con qué derecho dice usted a Clara palabras mortificantes? Con ninguno.
Sudoroso y emocionado aún por el combate, siguió balbuciendo explicaciones. Reconocía que los chilenos provocaban peleas algunas veces; pero era de tarde en tarde y á consecuencia de excesos en la bebida.
Palabra del Dia
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