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Actualizado: 30 de junio de 2025
Por de contado que aquí no podía esperarse nada parecido á lo que se hubiera visto en las fiestas populares de Inglaterra en tiempos de la Reina Isabel; ni rudas representaciones teatrales; ni ministriles con sus arpas y baladas legendarias; ni músicos ambulantes con un mono bailando al son de la música; ni jugadores de mano y titiriteros con sus suertes y artificios de hechicería; ni payasos y saltimbanquis tratando de alegrar la multitud con sus chistes, quizás de varios siglos de antigüedad, pero surtiendo siempre buen efecto, porque se dirigen á los sentimientos universales dispuestos á la alegría y buen humor.
Debajo de aquel nogal se están bailando habaneras... Mire usted, mire usted, señor Duque, la clásica danza de nuestra tierra; los hombres a un lado, las mujeres a otro. Con ese vaivén monótono están horas y horas cantando las antiguas baladas... Es un baile casto, no lo negará usted...
Cantaban también los borrachos de dos en dos o tres en tres con voces ásperas desafinadas, metiéndose el aliento por las narices, balanceándose grotescamente, esparrancados sobre el césped. Y los mozos y mozas de la danza-prima se desgañitaban, queriendo aguzar cada vez más las notas largas, dormilonas, de sus baladas antiquísimas.
A los dieciocho años se representó su primera tragedia en un teatro de amigos. Víctor Hugo no tenía más que quince años cuando escribió su tragedia Irtamene. Ganó tres premios seguidos en los juegos florales; a los veinte escribió Bug Jargal, y un año después su novela Han de Islandia, y sus primeras Odas y Baladas.
Todavía recuerdo una noche en que sentado en la butaca de un teatro escuchando cantar cierta ópera me preguntaba el amigo que tenía á mi lado: «¿Te gusta?» No le respondí con rabia; preferiría ahora estar sentado debajo del corredor emparrado de mi casa oyendo ladrar los perros». También recuerdo otra noche en que al salir del café y retirarme á casa tropecé con tres hombres que iban cantando una de nuestras baladas más conocidas, la del galán d'esta villa.
La cofradía de «piruetistas», de «operadores», de «navegantes de la Puerta del Sol», está compuesta principalmente por los jóvenes envenenados por la literatura, que llegan de las provincias a la conquista de Madrid. La literatura es como la trágica sirena de las baladas germanas, y los pobres nautas se hunden en el fondo del mar por haber escuchado el sortilegio de su canto.
En lo primero en que se le vio el genio fue en su gusto por las baladas antiguas, y en su facilidad extraordinaria para inventar historias.
Debajo de él una cantina, donde los cueros hinchados que guardaban el vino yacían insolentemente sobre las mesas, inmóviles como borrachos. En torno de la cantina y del árbol se había formado una danza que daba vueltas pesadamente, cantando las baladas del país. Nuestra pareja se introdujo entre la muchedumbre.
Mas ¡ay! cuando se cae la venda de los ojos, el bello panorama tórnase en funeral... ¡los que gratos nos fueron, hoy nos causan enojos! ¡lo que fué nuestra dicha, es ahora nuestro mal! Entonces es en vano que alcemos las miradas hacia el límpido cielo do dicen que está Dios; ¡no tendrán ningún eco nuestras tristes baladas y de los sueños idos se perderán en pos...!
Algo ha modificado esa espontaneidad la influencia que sobre él ha ejercido la lectura frecuente de los poetas alemanes: influencia ménos perjudicial en Campo que en otros escritores, por ser ménos opuesta á la índole del talento de nuestro autor, á cuyo espíritu soñador y vago ha debido sucederle con las odas y baladas del inmortal autor del incomparable Wallensthein, lo que al viajante que hallándose en tierra extranjera, oye por azar palabras del habla nativa de labios de un natural del país.
Palabra del Dia
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