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Actualizado: 28 de mayo de 2025
¡Ay, señora! replicó suspirando yo soy un célibe que ha hecho siempre vida muy retirada, puedo decir que he pasado toda mi existencia en las oficinas. Sin embargo, conozco algo a los hombres y puedo ayudarle a ver con claridad a través de sus vacilaciones... Ante todo agregó sonriendo discretamente, ¿cuál sería su ideal? ¿Lo ha entrevisto ya usted en sus ensueños?
Señor conde, tiene usted una alhaja en este muchacho... sobre todo es mozo formal y de palabra. Señor cura, si no fuí á ayudarle á usted á arreglar la huerta, fué porque estos días anduve muy ocupadado preparando las cuentas... Bien, hombre, bien; yo no te he preguntado nada. No hago más que referir tus méritos y cualidades al señor conde. Es que entiendo bien las indirectas.
Con todo, parescióme ayudarle, pues se ayudaba y me abría camino para ello, y díjele: "Señor, el buen aparejo hace buen artífice. Este pan está sabrosísimo, y esta uña de vaca tan bien cocida y sazonada, que no habrá a quien no convide con su sabor." "¿Uña de vaca es?" "Sí, señor." "Dígote que es el mejor bocado del mundo, y que no hay faisán que ansí me sepa."
Aquella noche vio como de ordinario a Beatriz en el salón; pero no pudo sorprender ni en su fría actitud ni en sus ojos impasibles de esfinge el menor signo que pudiera ayudarle a descifrar el enigma que encerraba esa palabra: «Mañana.» ¿Le escribiría ella? ¿le respondería de viva voz cuando viniese, según costumbre, a tomar su lección de pintura?...
Por ahora a quien servía con lealtad era a Mesía; este pagaba en amor, aunque era algo remiso para el pago, y ella le ayudaba cuanto podía, porque ayudarle era satisfacer los propios deseos: hundir al ama, tenerla en un puño, y burlarse sangrientamente, del idiota del amo y del indino del canónigo.
Apenas lo necesario para vivir y hacer algunas limosnas. Lo dijo con tal firmeza, que Febrer perdió la esperanza y juzgó inútil insistir. «La Papisa» no quería ayudarle. Está bien dijo con visible despecho . Pero a falta de su apoyo, he de procurarme otra salida en mis apuros, y cuento con una. Usted es ahora la mayor de mi familia, y debo pedir su consejo.
Aquel pariente de su cuñado prometía ayudarle, y él, con los restos de su fortuna, podía intentar en América algo fructuoso y de rápido éxito. Fernando insistía especialmente en la rapidez de su viaje. Asunto de un año, o dos cuando más; y aún así, podría ir y volver algunas veces.
Con todo, parecióme ayudarle, pues se ayudaba y me abría camino para ello, y díjele: "Señor, el buen aparejo hace buen artífice. Este pan está sabrosísimo y esta uña de vaca tan bien cocida y sazonada, que no habrá a quien no convide con su sabor." "¿Uña de vaca es?" "Si, señor." "Dígote que es el mejor bocado del mundo, que no hay faisán que ansí me sepa."
Maltrana hizo un movimiento de impaciencia. ¿Qué tenía que ver su pobre madre en lo de ahora?... ¿Quería ayudarle, sí o no?... La vieja siguió gimoteando, sin contestar, y el joven púsose de pie con ademán resuelto. Adiós, abuela. Quédese usted con lo suyo. Ya sé lo que debo hacer. Pero antes de que volviese la espalda, la trapera se abalanzó a él. ¡Isidrín... hijo mío... quédate!
En esto, alzó los ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con la punta del lanzón alzar no sé qué bulto que estaba caído en el suelo, por lo cual se dio priesa a llegar a ayudarle si fuese menester; y cuando llegó fue a tiempo que alzaba con la punta del lanzón un cojín y una maleta asida a él, medio podridos, o podridos del todo, y deshechos; mas, pesaba tanto, que fue necesario que Sancho se apease a tomarlos, y mandóle su amo que viese lo que en la maleta venía.
Palabra del Dia
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