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Actualizado: 19 de junio de 2025


Pero el autor de los versos era contemporáneo de ella y se parecía a ella en extremo por la dolencia y la pasión que le atormentaban. Amaba o mejor dicho deseaba amar; nada veía en torno suyo digno de su amor; y buscaba lejos, a ciegas y sin guía el raro y precioso objeto que mereciese ser amado.

Ya no eran el pueblo descontento ni el ejército minado por la masonería quienes atormentaban al tirano; eran el clero y los milicianos realistas, capitaneados por un hermano querido.

Sólo Tiburcio se mostraba impasible y alegre, procurando con sus chistes ahuyentar del ánimo de Morsamor los malos espíritus que le atormentaban, a pesar de su esperanza de salir triunfante de aquel empeño. Muy raras cavilaciones solían asaltar la mente de Morsamor, y no eran las menos raras las que tenía al pensar en Tiburcio. Nunca se atrevía a comunicárselo.

Estas y otras semejantes reflexiones atormentaban horriblemente a la muchacha y espoleaban su soberbia. Triste y ojerosa se levantó apenas fue de día. Dos o tres horas estuvo cavilando, rabiando y formando distintos proyectos. Varias veces pensó en ir a ver a don Paco, a quien había prohibido venir a verla hasta las diez y media de la noche, y a quien se había propuesto no ver antes.

Era, , ambiciosa y amiga del lujo y de las galas; y si bien no la atormentaban la envidia ni el despecho al ver a otras mujeres, menos bonitas y menos distinguidas por naturaleza, lucir joyas, sedas y encajes, ir en coche y circundarse de la resplandeciente aureola que ofrece el lujo a la hermosura, anhelaba gozar de todo esto, y no acertaba a ocultarlo a su marido.

Y considerado bien y ponderado todo, me atrevo a sostener que la joven no está posesa ni obsesa. Vuestra reverencia me ha de perdonar si le contradigo. No veo prueba en contra de la posesión o de la obsesión de la joven. Aunque me esté mal el decirlo, sabido es que, a Dios gracias, ejerzo bastante imperio sobre los espíritus malignos, y que he expulsado a no pocos de los cuerpos que atormentaban.

Narró todo lo que había sucedido en el Sotillo en tono dramático y con reticencias adecuadas para infundir las sospechas que atormentaban su espíritu. Escudero escuchó el relato sin pestañear. Doña Eugenia bastante distraída.

Tales eran las dudas que le atormentaban mientras iba y venía, del foyer a la puerta de la sala, sin atreverse a poner el pie en ella.

Alborotose Cervantes, y juró que él había de desollar al rapista y poner de claro en claro quien el que por él con la Inquisición había intercedido fuese, aunque él lo sospechaba ya; y para salir de sospechas pidió a doña Guiomar licencia para salir, prometiendo que con la noticia de lo que averiguase volvería; con lo qué por el postigo del jardín, que la misma doña Guiomar abrió, saliose, y doña Guiomar quedose con Margarita, mostrándose para ella tan buena y cariñosa, como negras y envenenadas tenía contra ella las entrañas; y con el dolor que Margarita decía sentir por la reciente muerte de su madre, disimulaba las ansias y las congojas que por aquel su amor, que ya esposa de Miguel de Cervantes la hacía, la atormentaban; espantábanla los recelos, y viendo tan enamorada de Cervantes, y de tanto valer a doña Guiomar, temía que una vez poseedor de ella Cervantes, la posesión de la hermosísima viuda no perdonase, y que siendo ella pobre y la otra rica, y desventurada ella y dichosa la otra, con la otra se casase, dejándola a ella para que muriese desesperada.

Una vez que descubría el ansiado secreto, aunque fuese la cosa más baladí, recobraba la calma y serenidad, volvía a su ser dulce, pacífico, inofensivo. Algunos sujetos maleantes, como don Martín, el P. Narciso, D. Joaquín y otros, solían embromarla fingiendo algún misterio entre ellos, la atormentaban, le hacían perder el juicio de pura curiosidad.

Palabra del Dia

rigoleto

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