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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Maltrana renunció por el momento a todo encargo de trabajo por parte del senador. Pero su fe no se alteró por esto: otros le proporcionarían nuevas tareas. Al verse falto de ocupación, dejó de estar en casa, y pasó las tardes en el Ateneo o en los cafés, discutiendo con la juventud literaria. De noche comenzó a recogerse tarde, aconsejando a Feli que le esperase acostada.
Con estas dudas declaran los tales su furibunda aplicación. Fuera de la Universidad, la fiebre de la ciencia le traía muy desasosegado. Por aquellos días no era todavía costumbre que fuesen al Ateneo los sabios de pecho que están mamando la leche del conocimiento. Todos los dineros que su papá le daba, dejábalos Juanito en casa de Bailly-Baillière, a cuenta de los libros que iba tomando.
Y de idea en idea, de imagen en imagen, Azorín ha recordado haber visto en el Boletín del Ateneo de Madrid, del año 1877, algo referente a su tío Verdú. Sí, sí; lo recuerda bien. Se discutió aquel año sobre la poesía religiosa; fue una discusión memorable.
Una noche al levantarse la sesión, Miguel sintió que le tocaban en el hombro; era Valle, el marido de su prima Eulalia, uno de los oradores más importantes a la sazón, no sólo del Ateneo, sino también del Congreso.
A la hora en que se encerraba, fue Rivera por allá, se enteró del tema elegido y corrió a meterse en la biblioteca del Ateneo, donde en pocas horas consultando libros y esforzando el ingenio, escribió un largo y erudito discurso. El problema era que llegase a las manos de Mendoza.
No ha tao mal contestó el torero sonriendo. Miguel no había dejado de ser nunca uno de los socios más asiduos del Ateneo. Aunque no tomaba parte en las discusiones sobre los pueblos semíticos, se había hecho notar bastante en los círculos privados que se formaban por las noches en el vasto corredor del establecimiento, y se le tenía por un amable y despejado compañero.
Temía las visitas de éstos, y aun a los más íntimos les daba cita en el salón del Ateneo llamado de la «Cacharrería». Feli, por su parte, también experimentaba los beneficiosos efectos de la nueva existencia. Mostrábase alegre; sólo de tarde en tarde pasaba una nube por sus ojos, acordándose del Mosco. ¡Qué haría su padre en la casucha de las Carolinas! ¡Qué diría de ella!...
Su heroísmo era el de los mercaderes, capaces de toda clase de resignaciones mientras su mercancía no corre riesgo, pero que se convierten en fieras si alguien atenta contra sus riquezas. Los socios del Ateneo, todos viejos, eran los únicos seres masculinos del pueblo.
Las prensas de Madrid y de provincias comenzaron a gemir bajo el peso de mis descripciones. Pronto me convertí en especialista. Poco faltó para que pusiera en las tarjetas Ceferino Sanjurjo, poeta descriptivo. Fui al Ateneo y leí un poema describiendo la siega del trigo, que me valió el ser saludado con los pañuelos por las damas y calurosamente palmoteado por los caballeros.
Como los pintores, como los novelistas, los actores buscan en la calle, en el ateneo ó en la taberna, datos ó croquis que luego adaptarán á las figuras ó caracteres que quieren interpretar. Algunos comediantes que, como Coquelin y Pepe Santiago, saben algo de dibujo, tienen un álbum donde apuntan ligeramente las cabezas y los gestos que más interesaron su atención.
Palabra del Dia
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