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»El aposento de Carlos daba sobre el torrente, y los criados habían encontrado por la tarde a Gerardo al otro lado del precipicio, asido a las rocas que daban frente a las ventanas de su hijo, esforzándose para distinguirlo. »¡Ay de ! ¡Ni el infeliz anciano ni yo debíamos volver a ver a Carlos! La mañana siguiente Carlos no bajó a la hora del desayuno.

Tiburcio de Simahonda le tenía asido por la cabeza, impidiendo que se hundiese; pero de sus hombres brotaron negras alas que velaron a Morsamor la horrenda claridad de aquel día. Por último, una sensación grotesca, a par que espantosa, vino a colmar el delirio de aquella en su sentir postrera agonía.

»¡Gran contienda se inaugura entre la barbarie y la cultura, entre las sombras y la luz, entre Cristianos y Muslimes! Preparado está el mundo y dispuesto para grandes cosas, como el hierro que sale de la fragua enrojecido y solo espera la nueva forma que van á darle sobre el yunque. »El Franco y el Arabe son la tenaza que le tiene asido, y cada cual levanta sobre él su martillo.

-Agora, escribano -dijo Sancho-, yo que hay mucho que decir en eso. Y, en esto, llegó un corchete que traía asido a un mozo, y dijo: -Señor gobernador, este mancebo venía hacia nosotros, y, así como columbró la justicia, volvió las espaldas y comenzó a correr como un gamo, señal que debe de ser algún delincuente. Yo partí tras él, y, si no fuera porque tropezó y cayó, no le alcanzara jamás.

Así probaría yo experimentalmente que no es enorme disco, suspendido en el éter y asido por eje de diamante a las cristalinas esferas que giran en torno suyo sobre dicho eje con arrebatada y pasmosa armonía.

Era una fuerte rodela, en cuya plancha de acero figuraba en esmalte, sobre campo de gules, un azor, cubierta la cabeza por el capirote y asido por la pihuela a una blanca mano que parecía de mujer. tienes en el hombro derecho dijo el anciano grabado con indeleble marca, un azor semejante al del escudo. Por él serás un día reconocido y se sabrá quiénes son tus padres.

Margarita marchaba delante de como un fantasma blanco. No por qué no la llamé. Había dentro de un poder desconocido que me impedía hablar. Margarita bajó al corral, le atravesó... Llegó al postigo, sonó una llave en la cerradura. Entonces grité: ¡Margarita! ¿á dónde vas? Pero la puerta se había abierto, un hombre había aparecido en ella, y había asido á Margarita, sacándola fuera.

En la punta de Cabo Blanco está asido un peñon partido; y mas al sur de este peñon hay una punta de tierra baja, y luego corre la costa nord-sur del mundo, y hace una ensenada muy grande, que corre hasta la entrada del Puerto Deseado.

¡Su mujer doña Clara! ¡aquella dama cuyo semblante apenas visto le había deslumbrado! ¡aquella divina y magnífica hermosura, que encubierta había asido á su brazo! ¡aquella dama tan gentil, tan joven, tan pura, que le había llamado para recoger una prenda de la reina y que había acabado de enamorarle! ¡aquel dulce imposible estaba vencido!

¡Granuja! ¡Grandísimo perro! ¿Conque eres el que me quitas el agua del molino? ¡Te voy a desollar vivo! ¿Es tu padre quien te enseña esas picardías? ¿Es el maestro quien te las enseña? ¡Desvergonzado, cínico! Le tenía asido fuertemente por entrambas orejas, y a cada interrogación le daba una fuerte sacudida.