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Aparentemente había acabado por concebir algunas dudas sobre la veracidad de la señorita Helouin que se habían comprobado con la casualidad, para ofrecerme bajo una forma disfrazada una especie de reparación que se creía deberme. En medio de las preocupaciones que entonces me asaltaban, daba escasa importancia al fin particular que nos proponíamos en aquel extraño paseo.

Las fatigas de los primeros ejercicios, el movimiento confuso de la capital, tan nuevo para él, no le dejaban lugar para abandonarse a sus ideas; solamente cuando estaba tendido sobre su catre, a la hora tranquila del crepúsculo, la melancolía y los recuerdos lo asaltaban con una violencia extraordinaria.

Para servir a usted respondía el interrogado, con cara de recelo. Acto continuo le asaltaban los caciques; y después de abrazarle y sobarle mucho, Tenemos el gusto le decían de presentarte a nuestro candidato, el señor don Simón de los Peñascales, «persona independiente, con treinta mil duros de renta y mucho talento».

Pero de los rescates con estas gentes cobrizas, pródigas en relatos portentosos y míseras en realidades, sólo traían los navegantes algunas perlas deformes mal perforadas o vistosos guanines, joyeles de oro bajo labrados en sutiles hojas. Al volver al puerto español con mágicas noticias y pobre cargamento, los acreedores asaltaban al descubridor y embargaban el bajel dándose por engañados.

Me asaltaban tristes presentimientos; me dominaba la idea de que iba yo a ser mal recibido, y me puse temeroso y asustadizo.

Los pimpollos de las parras y los ramos de la madreselva asaltaban desordenadamente aquella estancia, trayendo hasta en medio de ella los colores de la púrpura y los olores del ámbar, pareciendo todavía más encantada esta escena con los golpes de luces y luminarias que iban por las cornisas de las columnas, con las girándulas que se mecían en los arcos y con los fanales pintados y faroles caprichosos que se sostenían de los ramos y pimpollos de los huertos.

A veces, sin embargo, me asaltaban impulsos de contar un cuento picante o de soltar un juramento gordo. Esta perpetua vigilancia sobre mismo me abrumaba. Gracias a Dios, tengo el corazón bastante tierno y bastante generoso para comprender las exigencias de otro corazón, sin que haya afectación de mi parte.

Y ellos, desconociendo sus propios males, hablaban con horror de las dolencias que asaltaban a los hombres en la penumbra de la selva al remover el humus secular y las vegetaciones dormidas: grandes abscesos de la piel que acababan por rebullir lo mismo que un hormiguero, avivándose la carne en gusanos; emponzoñamientos de la sangre que mataban en breve tiempo a un hercúleo jayán; rápidas consunciones, devoradoras de grasas y de músculos, que sólo respetaban el esqueleto, dejándolo flotante dentro de la piel, cual si esta fuese un traje demasiado grande.

Y efectivamente, su sonrisa, sus miradas prometedoras, le hacían encontrar otra vez á la Alicia que había marchado junto á él por el camino de la costa con la boca pegada á la suya en un beso interminable. Al quedar solo, le asaltaban sus propias tristezas y preocupaciones. Había recibido noticias de Rusia por varios fugitivos que acababan de librarse de la persecución revolucionaria.

Un alarido ronco elevábase, haciendo a lo lejos aullar a los perros; y de todas las viviendas desembocaba y corría el populacho, hombres ligeros armados de chuzos y hoces curvas. Súbitamente, el tumulto de las turbas que asaltaban la galería, buscándome sin duda, creyendo que yo guardaría el mejor de los tesoros, piedras preciosas, joyas. El terror me enloqueció.