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Actualizado: 5 de junio de 2025
Se dejaban matar; pero eran tantas, ¡tantas! que los hombres desistían de atacarlas, transigiendo con ellas por cansancio, y únicamente las repelían con el aliento ó escupiéndolas cuando se colaban en su boca y sus narices. Otros parásitos asaltaban igualmente las viviendas de este pueblo perdido en la soledad. En el boliche, por ser mayor la concurrencia, parecían más numerosas las plagas.
Poco después de esta mudanza, deseosos los bárbaros de tener algunas herramientas, pasando el Guapay se ponían en celada escondidos en las matas, y aguardando la ocasión de la noche, asaltaban los villajes á los españoles, robando cuantos más cuchillos, hachas, azadones y otros pedazos de hierro podían, sin causar otro daño; pero como creciendo la codicia en los bárbaros creciese también la audacia, se atrevieron á coger á los campesinos, y matarlos á su salvo.
Digo esto porque hasta en los momentos de mi mayor entusiasmo por la sublimidad moral y religiosa de Lucía, asaltaban mi mente no pocas consideraciones que propendían a echar por tierra el entusiasmo mencionado.
Y esta casta de réplicas solía dar ocasión a nuevos y más intencionados subterfugios míos, hasta que me asaltaban los remordimientos acordándome de Neluco... o se amparaba ella de alguno de mis libros con santos, que le entusiasmaban, y acudía yo entonces a explicarle las estampas para concluir también por donde siempre, aunque en un estilo y de modo más soportables.
Estas dudas que sin cesar le asaltaban eran para su pasión un verdadero cauterio, doloroso y cruel como todos, pero de muy saludables efectos. No dejó por un instante de frecuentar la casa de Elorza como antes; acaso más que antes. Había allí dos seres a quienes compadecer y que le compadecían.
Como todos los grandes caudillos de que nos habla la historia, don Rosendo no perdía jamás el aplomo. En los momentos críticos, como el presente, era cuando a él le asaltaban las grandes ideas, las resoluciones salvadoras. Se fué al telégrafo y puso un parte al director de la orquesta de Lancia pidiéndole que viniese con ella a Sarrió y que señalase precio.
Montamos otra vez y tomamos el camino del pabellón con toda la rapidez que permitía el cansancio de nuestros caballos. No pronunciamos palabra durante aquel último tramo de nuestra jornada y nos asaltaban mil temores. «Todo va bien.» ¿Qué significaba esa frase? ¿Le habría ocurrido algo al Rey? Llegamos por fin a la puerta del pabellón, en el que todo parecía tranquilo y silencioso.
Salió de Villa-Sirena. El camino era largo y quería hacerlo á pie. Este ejercicio robustecería su voluntad, disipando las dudas que le asaltaban de nuevo. Pensó en el gesto íntimo realizado tantas veces en otra época, como algo ordinario y maquinal. Su caviloso aislamiento en los últimos meses parecía haberle entumecido.
Palabra del Dia
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