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Pero Dios Nuestro Señor tomó por su cuenta el remediar este escándalo, y no tardó mucho en darle su merecido, quitándole de allí á poco la vida y arrojándole al abismo, reparando juntamente los daños que pudiera haber causado y causaría en adelante.

Preguntádselo a las tribus que moran en sus laderas y os dirán que el Apo duerme con sus ansiedades fieras que las lavas de sus hornos sólo se desbordarán el año en que ellos olviden, en su propio menoscabo, la tradición milenaria de dar a feudo un esclavo arrojándole a las fauces insaciables del volcán.

Y con efecto de esta suerte se logró el lance, pues conforme iban huyendo, iban cayendo en las manos de los nuestros; pues fué tal el susto, que yendo un indio enemigo de huida, se encontró con Francisco Almiron, soldado de la compañia de D. Juan Antonio Hernandez, y preguntándole en su idioma, ¿qué á donde iban? le respondió dicho indio, "voy de huida, porque nos han avanzado": á cuya respuesta le enristró la lanza, arrojándole muerto del caballo abajo.

Las cuatro mujeres no paraban el pico hasta las doce, y por eso Ballester, aquella noche, al ver que se armaba el nublado de ropa blanca, cogió por un brazo a Maxi y le dijo: «Nosotros nos vamos a ver una piececita en Variedades». Dicho se está que Olimpia, no participando de la presunción ni del entusiasmo mercantil de su mamá, seguía posada en el antepecho del balcón del gabinete, viendo pasar la sombra melancólica del aburrido Aristarco, y arrojándole desde arriba alguna palabrilla, para que endulzara el plantón.

Este D. Feliciano era el marido que, según se decía en secreto, había roto una pierna al P. Narciso arrojándole por las escaleras. Los circunstantes se miraron con inquietud. Hubo un silencio embarazoso. Consejero soltó la carcajada, y exclamó, poniendo una carta sobre la mesa, como si se refiriese al juego: ¡Anda, vuelva usted por otra!

Humeaba en otro tiempo el volcán y arrojaba lavas y fuego; reposa ahora, pero tiene en aquel archipiélago numerosas montañas hermanas que vierten todavía ríos de fuego en la estremecida tierra. Entre esos montes hay uno, el más terrible, al cual se creyó aplacar arrojándole como ofrenda millares de cristianos.