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Actualizado: 14 de junio de 2025
Y creyendo el arriero que por ser muchachos no se lo defenderían, quiso quitalles el dinero; mas ellos, poniendo el uno mano a su media espada, y el otro al de las cachas amarillas, le dieron tanto que hacer, que a no salir sus compañeros, sin duda lo pasara mal.
Solamente el arriero costaba al pie de quince duros aunque era de su obligación mantenernos á su costa durante el viaje; y la estancia anual en Salamanca no nos bajaba á cada uno, con ropa limpia y derechos de Universidad, de mil quinientos á dos mil reales.
Viendo, pues, el arriero, a la lumbre del candil del ventero, cuál andaba su dama, dejando a don Quijote, acudió a dalle el socorro necesario. Lo mismo hizo el ventero, pero con intención diferente, porque fue a castigar a la moza, creyendo sin duda que ella sola era la ocasión de toda aquella armonía.
Algo más lejos oyeron pisadas de caballos, y se detuvieron. Venían hacia ellos. Apartáronse un poco del camino y se escondieron entre los arbustos de las márgenes del río. No tardó en aparecer una recua de mulos: el arriero montado sobre uno de ellos. Es el tío Pedro, el mantequero dijo Rosa al oído de Andrés. ¡Fortuna que no nos haya visto!
Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto, ni el aliento, ni otras cosas que traía en sí la buena doncella, no le desengañaban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero; antes, le parecía que tenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura.
Y, aunque no halló mas de lo hallado, dio por bien empleados los vuelos de la manta, el vomitar del brebaje, las bendiciones de las estacas, las puñadas del arriero, la falta de las alforjas, el robo del gabán y toda la hambre, sed y cansancio que había pasado en servicio de su buen señor, pareciéndole que estaba más que rebién pagado con la merced recebida de la entrega del hallazgo.
El lecho, que era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dio consigo en el suelo, a cuyo gran ruido despertó el ventero, y luego imaginó que debían de ser pendencias de Maritornes, porque, habiéndola llamado a voces, no respondía. Con esta sospecha se levantó, y, encendiendo un candil, se fue hacia donde había sentido la pelaza.
Y así como suele decirse: el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo, daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y, como quedaron ascuras, dábanse tan sin compasión todos a bulto que, a doquiera que ponían la mano, no dejaban cosa sana.
Llegó la galera, y Clara se adelantó hacia la mitad del camino; pero, una de las mulas, que era muy espantadiza, dió un salto y casi vuelca la galera. El arriero empezó á proferir votos y juramentos.
Este valiente oficial, cuyo nombre no está en la Historia, se disfrazó de arriero, y en una fatigosa jornada supo desempeñar muy bien su comisión, volviendo por la noche a decir que Vedel había pasado ya más allá de La Carolina. Así andaban las cosas cuando nos preparábamos a salir de Bailén al amanecer del 19.
Palabra del Dia
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