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Actualizado: 30 de abril de 2025
Al día siguiente Glocester delante del Magistral, sin compasión, refería en la catedral todo lo que había sucedido en el baile. «La aristocracia se había encerrado en un gabinete, en el gabinete de lectura, para cenar y bailar, y doña Ana Ozores, la mismísima Regenta que viste y calza, se había desmayado en brazos del señor don Álvaro Mesía».
Ese palacio fué el local más célebre, la casa favorita de la aristocracia del siglo XVII y XVIII; el monumento de los festines, de la galantería, del amor; una especie de templo ateniense, uno de aquellos templos griegos que se consagraban á la hermosura, un trono en donde se sentaba como reina la diosa Vénus.
Hay algo de ingenua puerilidad en eso. ¡Ay, mis amigos! ¡Si aristocracia quiere decir distinción, delicadeza, tacto exquisito, preparación intelectual para apreciar los tintes vagos en las relaciones de la vida, fuerza moral para elevarse sobre el utilitarismo, pasarán aún muchos siglos antes que la correcta huésped descienda sobre el suelo americano!
Y vengamos al tema verdadero de nuestra croniquilla. ¿Cómo se entra en este gran mundo? Aquí empieza la función del «tramitador». No es difícil esta entrada, pues nuestro gran mundo es fácil, abierto, asequible. El «tramitador» es persona conocida, «mozo bien», hombre, en fin, perteneciente a uno de los grupos en que hemos definido nuestra aristocracia.
La flamante aristocracia, o dígase la superhumanidad, no quiere el Sr. Gener que surja por revolución, sino por evolución, siguiendo el camino del progreso, que sin dada llevamos ahora; pero si no seguimos el buen camino y nos hemos extraviado, no se comprende de qué suerte hemos de llegar al superhumanismo por más evoluciones que se hagan.
Allí no hay mas aristocracia que la del trabajo; y como todos trabajan, todos se tienen por iguales y se tratan con una sencillez que permite la fusion de todas las clases sociales. Si el Catalan es esencialmente independiente y liberal, el artesano es mas. Un pobre tendero se cree soberano en su tienda, como el banquero en su escritorio y el batelero en su lancha.
Respondió Barquín: «Luego debemos admitir que la aristocracia moderna es la del dinero....» Dijo la duquesa: «Me cisco en esa aristocracia.» Así dijo. Y prosiguió: «Toda esta aristocracia de ricos se compone de negreros, de aprovisionadores de ejército, de prestamistas con pacto de retro, de desamortizadores; en una palabra: ladrones. No es que me escandalice.
Otros, vestidos de lienzo azul, con gorras negras y reloj, se agrupaban frente a la estación de los tranvías, esperando los primeros coches. Eran maquinistas de fábrica, capataces, encargados de talleres, la aristocracia del trabajo manual, que se aislaba de los demás en su relativo bienestar.
La enredadera de que antes hablé había llevado allí sus vástagos más diversos. Estaba el marqués de Casa-Muñoz, de la aristocracia monetaria, y un Álvarez de Toledo, hermano del duque de Gravelinas, de la aristocracia antigua, casado con un Trujillo.
Como yo he dejado ya el luto las cosas ¡ay! no tienen remedio es la fiesta que más me hubiera gustado. ¡Qué diferencia con Sáenz Peña! ¡Ah, Roque...! exclama Petrona. ¡Tan culto, tan ilustrado, tan espiritual, tan rumboso! dice la de Esquilón. Dió a la presidencia cierta majestad amable, un tono que nunca tuvo, una distinción suprema, entre aristocracia de corte y aristocracia de estancia.
Palabra del Dia
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