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Actualizado: 25 de mayo de 2025


La Bretaña, donde es apacible, esto de veras. En sus archipiélagos creeríais encontraros mecidos por la ola de la muerte; empero donde se ostenta con fuerza, es sublime. En 1831 sentí sus tristezas, las cuales forman parte de la historia de mi vida. Entonces no conocía el verdadero carácter del mar.

En Filipinas faltaban apellidos y hubo que crearlos; en cambio hasta fecha no remota no existió en aquellos archipiélagos quien se llamara Silvestre, por la sencilla razón de que el rumbo de los primeros navegantes borró un día del almanaque; así que en Filipinas el mes de Diciembre no tenía mas que treinta días, necesitándose que Madrid y Roma intervinieran para enmendar ese desaguisado que á la marcha de los tiempos llevó el libro de bitácora de Legaspi.

Por su doble chimenea se escapaba diariamente la fortuna de un hombre. Su presencia en ciertos archipiélagos lejanos dejaba limpios los depósitos de carbón. Un vapor de carga alquilado por el príncipe salía al encuentro del Gaviota II en los mares más remotos para llenar sus bodegas de combustible. Puertos tranquilos se iluminaron por la noche como si hubiese salido el sol.

Este mar, que comparado con los otros es un simple lago sembrado de archipiélagos, se le ofreció como una escuela. A cualquier viento que abandonase su velamen, estaba seguro de llegar á una orilla hospitalaria. Las brisas dulces é irregulares giraban con el sol en algunas épocas del año. El huracán atravesaba su cuenca, pero sin fijarse nunca. No existían mareas.

Allí se cambiaban los vapores de dos mundos, y el agua del hemisferio Sur el hemisferio de los grandes mares, sin otros relieves que los triángulos extremos de África y América y las gibas de los archipiélagos oceánicos iba á reforzar, convertida en nubes, los ríos y arroyos del hemisferio Norte, ocupado en su mayor parte por la tierras habitadas.

Los dos marinos sentían en la cara y en las manos la misma sensación que si cayesen á través de la obscuridad ortigas heladas. Por dos veces anclaron cerca de la isla de Tenedos, viendo los movibles archipiélagos de los acorazados con velos flotantes de humo. Llegaba á sus oídos, como un trueno incesante, el eco de los cañones que rugían á la entrada de los Dardanelos.

Para la pequeña expedición, que sumaba en conjunto unos noventa hombres, y no había hecho verdaderos preparativos de guerra, fue una suerte abordar en los archipiélagos paradisíacos del mar de las Antillas, con sus poblaciones mansas, tímidos rebaños humanos en los que cazaban su alimento los caníbales de las otras islas.

Allí podía tranquilamente encontrar la alegría de vivir ó abandonarme en paz á mis tristezas. Desde lo alto de mi oscilante asiento, seguía con la vista el hilo de agua, las islas é islotes de espuma, unas veces aislados, otras agrupados como archipiélagos, las hojas dando vueltas, los largos montones de hierba y los pobres insectos sumergidos, agitándose en vano contra la inexorable corriente.

Palabra del Dia

hociquea

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