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Actualizado: 24 de julio de 2025
En una vida cabe el error; pero en las cien generaciones de un pueblo, que se analizan unas á otras, no cabe el error, y el que ha merecido esa gratitud la tiene sin remedio, aunque sea tarde. Lázaro aspiraba á la gloria; quería satisfacer una vanidad: cada hombre tiene su vanidad. La del joven aragonés consistía en cumplir una gran misión, en realizar alguna empresa gigantesca.
Al llegar el invierno, aparecía siempre en la plaza algún aragonés viejo llevando a la zaga un muchacho, como bestezuela asustada. Le habían arrancado a la monótona ocupación de cuidar las reses en el monte, y lo conducían a Valencia para «hacer suerte», o más bien, por librar a la familia de una boca insaciable, nunca ahíta de patatas y pan duro.
El joven aragonés tenía tan ocupado el ánimo con sus propias amarguras, que no atendió; con la observación y la curiosidad que el caso exigía, á las raras señales de alteración física y moral que otro menos abstraído hubiera visto en la santa y edificante faz de doña Paulita.
Por fin el aragonés se atrevió á preguntar quién era la persona á quién debía su libertad. Vamos dijo Bozmediano con cierta vocecilla impertinente. Bien sabe usted lo que quiero decir. No es necesario pronunciar fu nombre. Es natural que se haga usted el desentendido. Como halaga tanto su amor propio el ser querido por persona de tanto mérito.... No sea usted ingrato, joven, que ella no lo merece.
Debieron de hacerse amigos verdaderos, pues a petición de Velázquez nombró el Rey pintor de cámara al aragonés y éste al escribir su libro Discursos practicables del nobilísimo Arte de la Pintura aprovechó cuantas ocasiones pudo para colmar de elogios al sevillano.
La primera es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia; porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.
Pon muchísima atención: ¿te acuerdas de cuando mi hija, paseando una tarde por las afueras con Quevedo y las de Morejón, fué á dar allá, por donde tú vives, hacia los Tejares del Aragonés, y entró en tu choza y vino contándome, horrorizada, la pobreza y escasez que allí vió? ¿Te acuerdas de eso?
De repente un aragonés se levantó en medio de la sala, y señalando al sitio donde se hallaba Lázaro con los demás llegados aquella noche, dijo: Presentes están algunos señores que han pertenecido á ese club. Todos miraron á aquel sitio. Bien dijo el orador. Si están ahí esos señores, que hablen, que nos digan lo que es ese club y qué ha hecho. Queremos oírles: que hablen.
Iban algunos armados de trabucos, ceñida la cabeza con el pañuelo aragonés, cómodo tocado de las revoluciones. Su actitud y sus rumores anunciaban la agitación que en el pueblo reinaba. Iba á cometerse un gran crimen. ¿Sabía el pueblo lo que iba á hacer y á qué principio obedecía haciéndolo?
Con esto se despidieron, y don Quijote y Sancho se retiraron a su aposento, dejando a don Juan y a don Jerónimo admirados de ver la mezcla que había hecho de su discreción y de su locura; y verdaderamente creyeron que éstos eran los verdaderos don Quijote y Sancho, y no los que describía su autor aragonés.
Palabra del Dia
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