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Actualizado: 4 de mayo de 2025


La mañana siguiente fué á visitar un colegio de magos, y le confesó el archimandrita que tenia trescientos mil escudos de renta por haber hecho voto de pobreza, y que exercia una vasta jurisdiccion en virtud de otro voto de humildad. Dicho esto, dexó á Babuco en manos de un aprendiz de mago, para que le obsequiase.

La retribución llegaba a él con tal merma, después de pasar por las manos de los intermediarios, que el pobre Maltrana, tras ocho horas de fatigoso plumear, pensaba con envidia en los siete reales que su hermano Pepín, más conocido por el Barrabás, ganaba como aprendiz de albañil. Y muchas gracias cuando no le faltaban las traducciones.

Cuando no venían otros chicos, Petra no se decidía a malgastar sus talentos de novelista, y se dedicaba con alma y vida a la tarea que se le había encomendado; el hijo del brigadier seguía con atención profunda, como un aprendiz que desea imponerse pronto en el arte, las manos de la bella.

Entonces apareció el gatera madrileño, valiente, arriscado, dicharachero y dispuesto a darse de cachetes o puñetazos con el más bravo, y a echarle la zancadilla al mismo nuncio. Con unos cuantos pescozones oportunos se hizo respetable. Cierto día, otro aprendiz de más edad sacó contra él una navajilla.

Cedió el padre al fin, y lo puso de alumno en el taller del pintor Ghirlandaio, quien halló tan adelantado al aprendiz que convino en pagarle un tanto por mes. Al poco tiempo el aprendiz pintaba mejor que el maestro; pero vio las estatuas de los jardines célebres de Lorenzo de Médicis, y cambió entusiasmado los colores por el cincel.

De esta manera fue como Juan entró de aprendiz en la fábrica de cristales de Creteil. El señor Aubry lo confió desde luego al guardián del establecimiento, un viejo obrero inválido, cuya mujer, como no tenía hijos, aceptó gozosa la misión de cuidar al chico. Instalado así en familia, en una pequeña casita a orillas del Marne, Juan se aclimató fácilmente a su nueva residencia.

De este barrio de miseria le había arrancado la caridad de la buena señora, y a él tornaba más infeliz y desarmado para la batalla de la vida que las rudas gentes condenadas a la pena del trabajo corporal. Vivió desde entonces con su padrastro y su hermano Pepín, que trabajaba en las obras como aprendiz. Su nueva existencia le puso en contacto con los parientes de su madre.

Y todo se volvían idas y venidas del despacho al Correo, por fortuna próximo, como decía el aprendiz, que de otro modo hubiera estado cocido en obra. Después había empezado el desfile. Primero el señor Darling y su sobrina, que habían tenido una larga conferencia con el notario. Después había sido introducido el capitán Raynal y ahora estaban esperando al señor de Candore.

¿Qué significaba todo aquello? Un contrato de matrimonio, evidentemente. ¿Pero con quién? ¿Con el oficial o con el diplomático? Su corazón se columpia entre los dos exclamó el aprendiz acechando desde la ventana la llegada del conde. ¡Silencio! mandó de nuevo el principal. Usted, que es un hombre de peso, ¿cuál es su opinión? Mi opinión es que no la tengo, querido Candore.

Atareada todo el día en fregar pisos de casas ajenas, sólo de tarde en tarde podía ocuparse de su hijo, yendo a la tienda del maestro para enterarse de los progresos del aprendiz. Cuando volvía de la zapatería bufaba de coraje, proponiéndose los más estupendos castigos que corrigiesen al pillete. La mayor parte de los días no se presentaba en la tienda.

Palabra del Dia

hociquea

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