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Actualizado: 14 de septiembre de 2025
¿El traje que compraste en el Rastro? ¿Y cuánto crees que te darán? Dos piesetas y media. Yo haré por sacar tres. ¿Y lo demás? Vamos a casa migo dijo Almudena levantándose con resolución. Prontito, hijo, que no hay tiempo que perder. Es muy tarde. ¡Pues no hay poquito que andar de aquí a la posada de Santa Casilda!».
Se puede decir, señores, que el cielo le ha dotado de sus más preciosos dones, la estatura, el andar, la expresión... ¡Oh! la expresión... Pero juzguen ustedes mismos. Entregó el retrato á Tragomer, que le cogió con verdadera ansiedad. Vaciló antes de mirarle; una ojeada iba á decidirlo todo.
26 los conejos, pueblo no fuerte, y ponen su casa en la piedra; 27 las langostas, no tienen rey, y salen todas acuadrilladas; 28 la araña, ase con las manos, y está en palacios de rey. 29 Tres cosas hay de hermoso andar, y la cuarta pasea muy bien: 30 El león, fuerte entre todos los animales, que no vuelve atrás por nadie;
Y, de aquí adelante, no se muestren tan niños, ni tan deseosos de ver mundo, que la doncella honrada, la pierna quebrada, y en casa; y la mujer y la gallina, por andar se pierden aína; y la que es deseosa de ver, también tiene deseo de ser vista. No digo más.
Roger creyó hallarse en presencia de un par de duendes y aun procuró recordar la fórmula del exorcismo; pero los dos desconocidos prorrumpieron en grandes carcajadas al ver el espanto y la sorpresa reflejados en su semblante. Uno de ellos dió un salto y cayendo sobre las manos comenzó á andar con ellas, dando zapatetas en el aire. El otro preguntó: ¿No habéis visto nunca juglares?
Los aleros de las casas aún estaban bañados de sol, y a él le parecía andar a tientas en la penumbra del crepúsculo. Tengo sed, Don Andrés. Entremos en cualquier sitio. El viejo le encaminaba al café de España, su refugio favorito.
El hábito contraído desde la infancia de andar a caballo es un nuevo estímulo para dejar la casa. Los niños tienen el deber de echar caballos al corral apenas sale el sol, y todos los varones, hasta los pequeñuelos, ensillan su caballo, aunque no sepan qué hacerse.
Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano, que, si no le adornaren zapatos picados de cordobán, no le faltarán alpargatas toscas de cuerda.
«¡Es verdad, pensó don Víctor cuando se quedó solo, es verdad! ¿Y yo, estúpido, tonto, no había dado en ello? Ese hombre debe volver esta noche.... ¡Y yo, por no matarla a ella con el susto, iba a dejar que otra vez... otra vez!... ¡Y no pensaba en ello!...». Se abrió la puerta y entró la Regenta. Venía pálida, vestía un peinador blanco, y no hacía ruido al andar.
Continuó andando, si es que puede llamarse andar lo que más bien parecía el esfuerzo vacilante de un niño á la vista de los brazos de su madre, extendidos para animarle á que se adelante.
Palabra del Dia
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