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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Las primeras noches intentaron algunos chuscos divertirse a costa suya; pero advertidos de que tenía mal genio, le dejaron en paz; en cambio, los señoritos que pretendían acercarse a Cristeta solicitaban su conversación, llamándole don o señor de; y él, no acostumbrado a que gente tan bien vestida le tratase de igual a igual, acabó por creer que para codearse con personas finas era necesario andar entre bastidores.
A Pablo de Valladolid, si se le mandare dar algún vestido, podrá ser de terciopelo o paño, de las calidades dichas arriba. Y lo mismo a Bautista el del Ajedrez, y en este caso se le ha de hacer efectivamente y ponérsele y no andar como ahora.
Por eso le decía a menudo Pepe Castro, su amigo y confidente, que se hiciese valer un poco más; que no se manifestase tan rendido ni ansioso; que a las mujeres hay que tratarlas con un poco de desdén. Este Pepe Castro no sólo era el amigo y el confidente de Maldonado, pero también su modelo en todos los actos de la vida social y privada. Imitábale en el vestir, en el andar, en el reir.
Melchor, que había notado las angustias inmotivadas de Lorenzo, prorrumpió en una carcajada, diciéndole: ¡Vienes temiéndole a ese caballo en el que la nena hace lo que quiere! La... nena... ella... sabe... andar. ¡Pero si cualquiera sabe andar en ese caballo! Es... que... yo... no... lo... conozco repuso Lorenzo sudando a mares y viendo pavorosamente que el fin del alambrado estaba próximo.
Así pasó mucho tiempo: con el sombrero caído a sus pies y la cabeza apoyada en una mano, dejando que las lágrimas resbalasen a lo largo de su antebrazo. Los últimos transeúntes que pasaron fueron unas buenas mozas con la cesta al brazo, moviendo al andar bizarramente sus fuertes caderas. Debían ser cigarreras que volvían de la fábrica.
Fué gran trabajo para el tío Goro llevarlo hasta Canzana. El animalito no quería ó no podía andar: la niña no bastaba á conducirlo en brazos. Pero cuando estuvo en Canzana se alegró de su fatiga al contemplar la dicha que embargó á su hija durante algunos días. ¡Sí, algunos días nada más!
Otro círculo de algas coronaba su peluca bermeja, y entre esta peluca y las barbazas de inflamado color ensanchábase el rostro rubicundo, carrilludo, granujiento, una cara de borracho perseverante y bondadoso como las que se ven en las muestras de las cervecerías. Apoyábase al andar en un tridente que tenía varias sardinas ensartadas.
Esta efervescencia la hizo moverse como un ave, más bien que andar al lado de su madre, prorrumpiendo continuamente en exclamaciones inarticuladas, agudas, penetrantes.
Así cuentan de un tal indio llamado Ignacio que no sabe vivir sin andar en busca de infieles y ganando almas á Cristo; y el P. Juan Bautista de Zea, en su ida á los Zamucos, le escogió por capitán de los demás, y á él singularmente fiaba los negocios más graves del bien de aquella gente.
La bella castellana, de tez pálida y fina, cejas arqueadas, ojos severos y andar aristocrático, sacude el abanico con una gracia inimitable, y lleva la mantilla medio caida con la majestad que una reina su manto.
Palabra del Dia
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