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Era más de mediodía. El cielo, de un gris blanquecino, amenazaba con más nieve. La luz de interminable crepúsculo reflejábase en la blancura con tonos lívidos. Maltrana caminaba desalentado, con los brazos caídos, sin saber adónde dirigirse. Su voluntad desplomábase, vencida, falta de fuerza para luchar: quería morir.

El ingeniero, no pudiendo desenvolver sus teorías artísticas con el modelo a la vista, renunció por algún tiempo al uso de la palabra. Las falúas estaban ya delante de los Arenales. El sol había conseguido hacer algunos agujeros en el toldo nubloso y amenazaba desgarrarlo por completo en plazo más o menos breve.

Al abrirse aquél, volvió a combatirle, desbordada, la prensa de oposición; probó, sin gran dificultad, que semejante operación era el síntoma más evidente de la bancarrota que amenazaba; cundió la desconfianza, y del primer tirón bajó el papel diez por ciento. ¿Cómo había de colocarse el resto?

Honra y provecho había ganado el ilustre jurisconsulto, y, de una y otra ventaja, querían gozar los parientes, que, por culpa de la fecundidad de sus hembras y de las afines, incurrían en un doloroso proletariado que amenazaba llenar de Valcárceles el mundo.

No le había dicho todavía a Elena que habían resuelto mandarla al convento. Tenía miedo de desgarrarle el corazón con aquella triste noticia. Por otra parte, tenía la esperanza de que con ayuda de Mathys conseguiría parar el golpe fatal que las amenazaba a las dos.

El juez me citaba a las nueve de la mañana para ver el estado de mis heridas, y me amenazaba, en caso de que yo no acudiese a la cita, con una multa, con la prisión o con el castigo «a que hubiese lugar»... Yo soy un trasnochador impenitente.

Para huir de una conversación imposible por embarazosa hablé de la deplorable situación de algunas personas, que amenazaba aumentar en el próximo invierno, por enfermedades en unos casos y por miseria en otros; de un niño que se moría en el pueblo y que Julia había asistido y cuidado hasta el día en que, gravemente enferma ella misma, hubo de encomendar a otros su papel, impotente contra la muerte, de hermana de la caridad.

Ciertamente, casi todo él estaba eclipsado; pero el ligero limbo que aun se percibía, irradiaba el suficiente fulgor para ocultar á nuestros débiles ojos la gran sombra que ya amenazaba sepultarlo.

Aquel tiro con que él se amenazaba a mismo, ¡cuánto mejor estaría empleado en ella! «Pero ese tiro, ¿me lo doy o no me lo doy?... No tengo más remedio que dármelo discurría entrando por la calle de la Magdalena . Por ninguna parte veo la solución.

La fuente de este pensamiento, habrá sido probablemente la novela religiosa de Barlaam y Josafat, en la cual se cuenta que un Príncipe, á causa de la desdicha que le amenazaba hasta cumplir los diez años, había sido encerrado en una obscura cueva, y, después del transcurso de este tiempo, había salido á la luz del día con motivo de una fiesta de corte, llenándose de asombro al contemplarse rodeado de muchos objetos de valor, y de señoras y caballeros, lujosamente vestidos.