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Actualizado: 27 de junio de 2025


Todo lo demás, víveres y ropas, se lo habían llevado el primer día de su llegada para exhibirlo ante el gobierno y guardarlo, finalmente, en los arsenales de la ciudad. Lo primero que procuró fué librar el bote de las amarras puestas por los pigmeos. Lamentaba no tener un simple cortaplumas para terminar más pronto, partiendo los cables que lo tenían sujeto.

En un día de tormenta ó inundación se vence la resistencia de éstas, se rompen las amarras y el coloso cae con estrépito, rompiendo las ramas de los árboles de la otra orilla; el árbol que cae, rompiendo sus ramas pequeñas, llega á descansar en la margen opuesta, convirtiéndose en un gracioso puente, sobre el cual se puede pasar sin temor. El acceso, no obstante, es algo difícil.

Seguramente habían cortado las amarras que sujetaban la escala por la parte de fuera. ¡Me han hecho traición! exclamó el gitano, y sus ojos se volvieron hacia la monja, que estaba arrodillada, con las manos juntas, pálida, inmóvil, la mirada fija, la respiración suspendida.

El tiempo estaba algo revuelto, y el patrón del baroto trincó perfectamente las amarras del caran, de modo que la parte habitada de la embarcación quedó convertida en una especie de ratonera, en que si bien escaseaba luz y aire, abundaban los mosquitos y las moscas.

Al fin se acostó sobre una de sus aletas, desapareciendo entre los círculos concéntricos que había abierto en el agua. Como Gillespie no veía otros enemigos aéreos, saltó dentro de su bote, lo que produjo en el puerto una enorme ondulación que hizo danzar sobre sus amarras á todos los buques de los pigmeos.

A lo lejos, en el estrecho, rugía la tempestad, la tempestad; la llama de la hoguera inclinábase a uno y otro lado con las rachas de viento, y oía danzar a nuestra barca junto a las rocas, haciendo crujir las amarras. Una vieja embarcación de la Aduana, semicubierta, era la Emilia, de Porto-Vecchio, a bordo de la cual hice aquel viaje lúgubre a las islas Lavezzi.

La chalupa, libre ya después de sueltas las amarras, fué arrastrada por una ola gigantesca. Ya era tiempo. El junco, lleno de agua, casi hasta la segunda cubierta, se hundía con rapidez, arrastrado a los abismos del mar por el enorme peso que llevaba dentro. Aún se levantaba con fatiga sobre las olas; pero aquéllas eran las últimas señales de vida que daba.

Ferragut veía los rápidos torpederos, de paredes delgadísimas, danzando á la más leve ondulación sobre sus amarras de acero retorcido. Examinaba los «chaluteros», embarcaciones militares improvisadas, vaporcitos robustos y cortos, construídos para la pesca, que llevaban en la proa un cañón de tiro rápido.

El vapor, anclado en el puerto comercial, danzaba inquieto, tirando de sus amarras con lúgubre quejido. Todos los baques cercanos se movían igualmente, lo mismo que si estuviesen en alta mar. Tòni entró en la gran cámara, y al ver el rostro de su capitán adivinó que había llegado el momento de conocer la verdad.

Se halla sobre el río Olla, basado sobre dos montes y cuyo arco tiene sobre noventa piés de cuerda, sin haber usado más amarras ni maderas para la formación de la colosal cimbra que bejucos, cañas, cocos y bongas; entrando en su construcción solo argamasa; su único ojo mide de luz cincuenta y dos pies de alto por cuarenta y ocho de ancho, construcción casi milagrosa, por lo cual sin duda alguna el arquitecto mayor de Filipinas en su informe al Superior Gobierno, fechado en 7 de Diciembre de 1852 decía entre otras cosas lo que literalmente copiamos

Palabra del Dia

lanterna

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